Bueno, he decido publicar en esta entrada todo lo que he ido publicando a lo largo de estos días para que no perdáis el hilo a pesar de que os pongo el enlace de lo demás. Ahí os dejo todo lo escrito hasta ahora de principio a fin.
Este relato, trata de un
amor prohibido entre dos ángeles. Un ángel de luz y uno de oscuridad. Los
ángeles de luz, viven en el Cielo y su misión es acabar y ahuyentar con los
demonios que hay en la Tierra. Para impedirlo, existen los ángeles oscuros. Ellos,
tratan por todos los medios de que los ángeles de luz se pasen al lado oscuro.
Estos ángeles, viven en el Infierno y son todo lo contrario a los ángeles de
luz. Los ángeles de luz están ataviados de una túnica blanca en las ángeles y
una camisa y pantalones blancos en los ángeles varones. También tienen alas
blancas, con un leve resplandor blanquecino. Los ángeles oscuros en cambio,
llevan pantalones y camisas negras y vestidos negros. Sus alas son más grandes
que las de los ángeles de luz y sus plumas son completamente negras. Su
actividad es más nocturna, puesto que les gustan las sombras. En cambio,
también pueden salir durante el día, lo que los diferencia de los demonios, que
la luz del sol les quema.
Ahora que ya sabemos un poco de la historia,
podemos comenzar:
Tenía seis años cuando
morí en un accidente de tráfico en el que íbamos mi padre y yo. Mi padre
resultó ileso pero yo no. Yo me morí. Recuerdo que era raro. Lo veía todo como
si aún estuviera ahí. Vi a mi padre salir corriendo del coche y entrar a
la parte trasera donde estaba yo. Lo vi cogerme en brazos llevarme al arcén de
la carretera, arrodillarse y gritar al cielo, llorando. Recuerdo que fui con él
y que intenté cogerle la mano pero que no pude ya que lo atravesaba. Recuerdo
haber visto mi cuerpo con una herida sangrante en la cabeza. Intenté recordar cómo
me la había hecho pero no lo conseguía. Aún sigo sin recordarlo. Recuerdo a mi
padre hablando por teléfono llorando y suplicando que se dieran prisa a los
equipos de emergencia. Recuerdo que mi padre se tumbó encima de mi cuerpo
sollozando muy fuerte. Recuerdo que cuando llegaron los equipos de emergencia
estuvieron mucho rato masajeándome el pecho. Yo no entendía el porqué. Recuerdo
a los médicos, hablando con mi padre con un semblante triste en el rostro.
Recuerdo a un médico abrazando a mi padre, que seguía llorando. Recuerdo al
otro médico cubriendo mi cuerpo. Y entonces sucedió. Vi una luz muy intensa de
la que salió un hombre. Nunca había visto un hombre así. Pensé que era hermoso.
Iba de blanco y brillaba levemente. De su espalda nacían dos alas blancas. El
hombre me habló:
-Niña, ¿Cuál es tu nombre?
Recuerdo que tenía una
voz cálida y agradable.
-Me llamo Clara.
-Bien Clara, creo que entiendes que acabas de
fallecer.
-Quiero volver. Con mi padre.
El hombre, frunció el ceño miró a ambos lados y negó
con la cabeza.
-Eso no va a ser posible pequeña. Acabas de fallecer
y tienes que venir conmigo antes de que vengan Los Otros.
-¿Los otros?- Pregunté extrañada.
- Te lo voy a explicar todo. Pero para eso tienes
que venir conmigo.
Me tendió la mano. Me seguía pareciendo un hombre
cálido así que se la tomé. Además tenía seis años y no entendía nada pero
recuerdo que me asustaba la idea de quedarme y comprobar quiénes eran Los Otros.
Me guió hasta el haz de luz. Recuerdo que no pude evitar volver la vista atrás.
Ante la estampa que estaba ante mí todo ocurría como si el hombre con alas y yo
no estuviésemos ahí. Creo que en cierta medida me pareció normal. Mi padre
estaba sentado en la parte trasera de la ambulancia, con una manta rodeándole
por los hombros y uno de los médicos sentado junto a él, reconfortándole.
Recuerdo que se me hizo un nudo en la garganta pero noté el tirón del brazo del
hombre, insistiendo y crucé.
Sin saber cómo, me vi en un lugar como de otro
mundo. El suelo y el techo eran de nube y las paredes blancas. Era todo blanco.
Había gente vestida igual que el hombre y también tenían alas. Seguía agarrada
de la mano de aquel hombre. Me condujo, pasando por delante de todos por un
pasillo, había puertas a derecha e izquierda también blancas. Entramos en uno
de los cuartos. Todo era blanco. Empezaba a acostumbrarme.
Entonces, el hombre se dio la vuelta me tomó en
brazos y me sentó en una cama blanca. Se dirigió al armario. En el colgador
había varias túnicas blancas. Cogió una y me la dio. Se dio la vuelta y me
dijo:
-Póntela.
Sin saber muy bien porque, me la puse. La seda era
suave y estaba muy limpia. Cuando hube acabado, el hombre se dio la vuelta, me
miró de arriba abajo y asintió. Me tendió unas sandalias blancas con una
hebilla plateada. Me las puse y comenzó a hablar:
-Bien, Clara. Ahora estás en el Cielo. Aquí, solo vas a encontrar ángeles de
luz. Cuando morimos, se nos presenta la oportunidad de elegir entre luz y
oscuridad. Normalmente aparecen ambas a la vez. Hoy no ha sido así. Los ángeles
de luz hemos llegado antes. Los Otros, son los ángeles de oscuridad. Viven en
el Infierno y todo en su mundo es negro. Son lo contrario a nosotros. Al
cumplir 16 años, los ángeles de luz pueden viajar al plano terrestre para matar
y ahuyentar demonios que habitan en la
Tierra. Los ángeles oscuros, intentan persuadirnos para que nos pasemos al lado
oscuro y pertenezcamos al Infierno. Hasta ahí, ¿Lo entiendes?
Me quedé un rato callada. Tenía que asimilarlo todo.
Entonces, le pregunte:
-Entiendo todo pero… ¿Yo por qué no tengo alas como
tú y los demás?
El hombre sonrió.
-Conseguirás tus alas cuando cumplas los 10 años.
Hasta entonces, estudiarás para aprenderlo todo.
Durante los cuatro años siguientes, estudié cómo
matar demonios, cuándo hay que salir, cuáles son los peligros para un ángel,
historias, lo que es verdad y lo que son leyendas humanas, etc.
El día en el que cumplí los diez años, estaba muy
nerviosa. Salí y me reuní con Bernardo, que así se llamaba el hombre que cuatro
años antes me había recogido del accidente en el que fallecí. Durante esos
cuatro años, Bernardo nunca me ha dejado sola. Me ha estado enseñando todo.
Bernardo ya ha alcanzado la inmortalidad. Los ángeles, a la edad de cincuenta
años, dejan de crecer y cambiar y se mantienen en ese espacio por toda la
eternidad. Es cuando los ángeles ya lo saben todo o casi todo sobre el Cielo.
Es como alcanzar la edad adulta.
Aquel día, Bernardo y yo fuimos al Gran Salón.
Estaba lleno de ángeles como siempre sucedía cuando había un Ascenso. El Gran
Ángel estaba en el estrado. El Gran Ángel era un ángel más anciano que los
demás. Algunos lo llamaban el Arcángel, pero nunca en su presencia. Bernardo me
contó, que es uno de los primeros ángeles. Vive en un piso superior junto al
resto de Arcángeles, pero él es el único que baja de piso ya que es el
encargado de los ángeles de luz.
Avancé por el pasillo que habían hecho los ángeles,
colocados a ambos lados del salón. Notaba todas las miradas puestas en mí.
Estaba muy nerviosa. Me volví para mirar a Bernardo y descubrí que no estaba
allí. Lo busqué con la mirada y lo encontré en la primera fila. Me dio
seguridad y continué avanzando. Subí los tres peldaños del estrado y miré al
Gran Ángel. Llevaba túnica como las mujeres, pero ésta era especial: Era más
larga, acababa en una especie de O y tenía bordados de un oro resplandeciente.
Sus alas eran las más grandes y resplandecientes que yo jamás hubiera visto.
Tenía un pelo blanco y canoso y una espesa barba que le cubría parte del pecho.
Tenía un aspecto rudo. Pero aún así, aquel ángel brillaba más que cualquier
otro.
Me hizo un gesto para que me arrodillase y yo lo
hice. Me tocó los hombros y me giró hasta que me quedase mirando hacia el
público. Miré a Bernardo para no mirar a toda la gente que me estaba
observando. Noté de nuevo las manos del Gran Ángel. No sólo notabas su tacto.
Si no que, allí donde me tocaba, notaba una especie de calidez. Esta vez sus
manos estaban sobre mi espalda. Me cogió una especie de pellizco y no pude
evitar arquearme. Entonces me desconcerté. Seguía notando sus manos, pero las
notaba lejos de mi espalda. De pronto, dejé de notarlas. Miré hacia arriba y vi
que el Gran Ángel había extendido los brazos como para abrazar a alguien.
Inmediatamente, todos los ángeles de la sala empezaron a aplaudir. El Gran
Ángel me ordenó que me pusiera en pie y así lo hice. Los aplausos se hicieron
más fuertes. Busqué a Bernardo y vi que sonreía abiertamente y aplaudía.
Notaba algo extraño en la espalda. Como una
presencia. Me di la vuelta y las vi: Dos alas blancas con plumas. Eran pequeñas
y redondeadas y las plumas delgadas y largas. Las toqué. Su tacto era suave y
me hacía cosquillas. No en los dedos. Si no en las alas. Las notaba como si
fueran parte de mí, como si fueran brazos. ``Son parte de mí´´ pensé.
Algunos ángeles empezaron a marcharse. Bajé del
estrado y fui junto a Bernardo.
-Son suaves. Y las noto extrañas.
El sonrió.
-Sólo al principio, luego te acostumbras y ya ni las
notas.
Sonreí. Fuimos al cuarto de Bernardo que era como mi
colegio particular. Ese día, estuvimos estudiando el vuelo. Me resultó mucho
más divertido que la teoría. Recuerdo su rostro de felicidad y algo más:
Orgullo. Bernardo estaba orgulloso de mí.
Desperté. En el Cielo no existía ni día ni noche
pero mi cuerpo se adaptó perfectamente y simplemente sabía cuando tenía que
acostarme y cuando levantarme. Ese día, era especial para mí. Era mi
cumpleaños. Y no solo eso. Era mi decimosexto cumpleaños. Lo que significaba
que por fin podría ir a la Tierra desde mi muerte. Sonreí. Qué lejano me
parecía aquello. A veces me gustaba soñar con esos acontecimientos. Me estiré.
Desplegué las alas. Posiblemente no lo sepáis, pero si no despliegas las alas y
estiras las alas por la mañana luego se te agarrotan y cuesta moverlas.
Fui a buscar a Bernardo. Aquella era mi rutina de
las mañanas. Levantarme, estirarme, ir a buscar a Bernardo y a entrenar. Los
ángeles tampoco comemos. Como mucho, alguna vez bebemos un líquido que se
parece al agua pero que se llama Di Potum, que significa: ‘Bebida de los
Dioses’ en latín. Es una bebida que tiene todas las características del agua
pero que sólo la beben los ángeles. Bernardo me dijo una vez, que se creía que
fortalecían a los ángeles.
Abrí la puerta de mi habitación y me encontré a
Bernardo en el umbral, sonreía y tenía las manos en la espalda. Le sonreí.
Siempre me alegraba de ver a Bernardo. Siempre había estado cuidándome, tenía
algo… Paternal, y desde siempre he tenido la sensación de que lo conocía de
algo. Me eché hacia atrás y volví a entrar en la habitación. Bernardo entró
detrás de mí cerró la puerta.
De una de sus manos sacó un paquetito blanco, con un
lazo plateado que cerraba la cajita. Me lo tendió. Lo cogí, entre sorprendida y
contenta. Nunca antes me habían hecho un regalo de cumpleaños desde que estaba
en el Cielo. Allí, no eran muy importantes los cumpleaños. Sólo el décimo y el
decimosexto tenían alguna importancia. Deshice el lazo, y abrí la cajita.
Dentro, rodeada de terciopelo blanco, había una pulsera.
La pulsera, como no, era blanca. Era una especie de
tubo doblado en un círculo perfecto. Tenía un cierre de plata. Me encantó desde
el primer momento. Me la puse. Alcé la mano para que Bernardo la viera. Sonrió.
-Esta pulsera, es mágica, cuando
estés en la Tierra matando demonios, te avisará cuando haya uno cerca. Es útil,
la verdad, pensé que hoy podrías necesi….
Le abracé. No pude evitarlo. Le
tenía mucho cariño. Era como mi ‘padre’ en el Cielo, había estado cuidándome y
enseñándome todo desde que morí.
-Venga, venga. –Dijo, separándome. Lo hizo con
delicadeza y sonreía con cariño. –No nos pongamos cursis, hoy es el gran día,
por fin irás a la Tierra. Vamos.
Y fuimos a un salón en el que Bernardo me ha estado
enseñando todo desde hacía tantos años.
-Recuerda que no puedes ir a ver a tu padre. Aunque
tengas muchas ganas. También has de recordar todas las formas de matar
demonios. Si la pulsera vibra, significa que hay demonios cerca. No te adentres
en lugares oscuros tú sola. Si vibra y no ves nada, alza el vuelo para evitar
que estén detrás de ti. Y… Y ten cuidado. No me gustaría que te pasase nada. Ya
sabes que los mentores no podemos ir en la primera noche.
Sonreí.
-Tranquilo, sólo me lo has repetido unas… ¿80000
veces?
El, me devolvió la sonrisa. Continuamos repasando
lecciones para la gran noche que me aguardaba. Cuando por fin llegó el momento,
me entró el miedo y la preocupación se apoderó de mí.
Varias preguntas daban vueltas en mi cabeza. ¿Y si
yo no valía para espantar demonios? ¿Y si moría esa noche? Ya no habría vuelta
atrás, iría al Paraíso. Bernardo me habló de ello una vez. Los ángeles que
mueren ya no pueden ir al Cielo así que van al Paraíso. ¿Y si un ángel oscuro,
me llevaba al Infierno?
Bernardo, debió de sentir mi preocupación porque me
dijo:
-Tranquila, lo harás bien. Y ahora ve, ya hay algunos ángeles junto al
guardián.
El guardián, era el que vigilaba la entrada y la
salida de ángeles al Cielo. Cuando llegué, atravesamos esa entrada.
Fui a dirigirme hacia allí cuando oí la voz de
Bernardo detrás de mí:
-Y Clara… Recuerda que estoy orgulloso de ti.
Le abracé. Bernardo era todo para mí en aquella vida
de ángeles. Mi padre no murió aquel día como yo, así que él todavía estaba en
la Tierra hasta que le llegase la hora. Allí en el Cielo, todos son muy buenos,
pero tampoco es que se abran mucho a la gente, la verdad. Sólo Bernardo ha
estado a mi lado todo este tiempo.
Me dirigí hacia el guardián, quien me saludó con un
gesto de cabeza. Observé el portal, que era como un agujero en el suelo. Se
veía a través de él. Veía que era de noche. Los altos edificios, eran bastante
altos pero nunca serán lo bastante altos para llegar al Cielo. Todas las luces
estaban encendidas. Los coches pasaban rápido y se veían pequeñísimos
comparados con los edificios. Un chico cerca de mí comentó que era invierno. De
pronto, sentí una punzada de añoranza. Por todo lo que perdí aquel día. Cuando
pensaba en la Tierra, la recordaba como si aún fuese una niña. Recuerdo la
ilusión cuando llegaba el invierno y nevaba. Las ganas de salir a la nieve. Mi
constante insistencia para que mi padre me llevase al parque para hacer un
muñeco. La Navidad. Los regalos, el árbol, el Belén…. Todo. Se me subió un nudo
a la garganta.
-Es la hora –Anunció el guardián con su voz grave y
sonora.
Inspiré hondo. Había perdido mucho pero, también
había ganado. Y ahora tenía que pensar en que, en ese mundo mágico que son los
ángeles, me estaba convirtiendo en adulta esa noche. Tenía que ahuyentar
demonios para que no atacasen a humanos.
Di un paso, y me dejé caer. Noté una fuerte
impresión, que me recordó a cuando caes de una montaña rusa. El vacío en el
estómago. Luego, noté aire a mí alrededor. Caía muy deprisa. Saboreé la
experiencia, y, cuando vi que el suelo ya se acercaba, extendí mis alas. Paré
inmediatamente. Me quedé planeando en el aire. Fui descendiendo poco a poco
hasta que mis pies tocaron la acera. Replegué las alas.
Los humanos caminaban a mi lado sin darse cuenta.
Claro. Pensé. Los ángeles, demonios y ángeles oscuros son invisibles para el
ojo humano. Cuando un demonio atacaba a un humano para alimentarse, el hombre o
mujer muere sin saber quién o qué lo ha atacado. También recordé de las
lecciones de Bernardo, que estos humanos van directamente al Infierno y depende
de quiénes hayan sido, se convierten en demonios o en ángeles oscuros. Sentí
lástima por ellos. Pero luego recordé que era por eso por lo que yo estaba hoy
allí. Para intentar evitar que los demonios vuelvan al Infierno con el estómago
vacío. Éramos seis ángeles contándome a mí. Fuimos caminando para no gastar
energía, por si más tarde teníamos que usar las alas.
Estaba un tanto nerviosa. Pero no iba a dejar que
aquello me afectase. Estaba alerta y con el oído bien abierto. Además, tenía la
pulsera de Bernardo. La toqué. Su tacto era frío, pero me reconfortó un poco.
Me tranquilizó. Seguíamos caminando. Los otros ángeles también estaban en alerta.
Miraban a derecha e izquierda buscando cualquier indicio de que pudiera haber
demonios cerca.
Estaba un poco atrasada del resto,
cuando de pronto, mi pulsera comenzó a vibrar. Dirigí mi mirada hacia un
callejón cercano. Me encaminé hacia allí y noté que mi pulsera se volvía loca.
Vibraba muy fuerte. En silencio, llamé al resto de ángeles. Ahí había demonios.
Me apostaba las plumas de las alas. Los demás hicieron un círculo a mí
alrededor. El mayor, creo que tenía 18 años, se encaminó hacia el interior del
callejón. Lo perdí un momento de vista, allí donde las farolas ya no llegaban.
Retrocedió hasta el punto en el que podíamos verle, y nos indicó que le
siguiéramos. Nos empezamos a adentrar en el callejón despacio, siempre
cautelosos. No se veía casi nada. Me pareció ver que algo se movía entre las
sombras, pero no quise preocupar a mis compañeros. Sinceramente, tenía miedo.
Más bien estaba aterrada. Pero no podía dejarme llevar por el pánico. ``Los
demonios huelen el miedo, y se alimentan de eso´´ recordé. Me obligué a
respirar hondo y pegarme a los compañeros de al lado.
El mayor iba un poco por delante.
Observé que mis compañeros, andaban lentamente, deteniéndose a menudo, mirando
por todos lados buscando cualquier indicio de movimiento. Los imité. Volví a
notar que algo se movía. Pero era extraño. No se movía avanzando, si no hacía
arriba. Miré hacia la azotea y vi una silueta. Estaba muy oscuro y se veía
negra pero diferencie algo claro: tenía alas. Solté todo el aire. Ni siquiera
me había dado cuenta de que contenía la respiración. Sería uno de los nuestros,
que había volado hasta la azotea para ver mejor el callejón. La silueta estaba
agazapada, con las piernas un poco separadas y los brazos apollados en el
borde. Pensé que era igual que una rana. Tenía las alas extendidas. A pesar de
la oscuridad, vi que las sus alas eran mucho más grandes que las mías.
De pronto, un grito rompió la
noche. Bajé rápidamente la vista del tejado y dirigí la vista al frente. Me di
cuenta que me había quedado parada y que los demás habían avanzado mucho más
que yo. No veía a nadie. Salí corriendo en dirección al chillido. Había un
pequeño faro que iluminaba el fondo del callejón. Me quedé parada al ver lo que
sucedía.
Mis compañeros, estaban peleando
contra varios demonios. Algunos de los otros ángeles, estaban en el suelo,
luchando por mantener a raya las fauces de los demonios. Detrás de aquella
escena, había dos demonios frente a un ángel tumbado que no se movía. Reconocí
al chico más mayor, el que se había adentrado antes que el resto. Los demonios
tenían las fauces inclinadas hacia su estómago, del que se veía un líquido
plateado brillante. ``Sangre´´ pensé horrorizada. Estaba muerto. Los demás, se
batían para no correr el mismo destino que nuestro camarada. Conté ocho
demonios y cuatro ángeles peleando. Dos de los demonios estaban ocupados con el
ángel muerto, pero aún así estábamos en clara desventaja. Y eso no era todo:
los ángeles que estaban peleando, eran principiantes.
No sabía que hacer, pero tomé la
decisión más rápida. Era un ángel de luz y no había ido esa noche a ver morir a
mis compañeros y asustarme en un rincón. Ya era hora de que actuara como tal.
Desplegué las alas, pegué un salto y me abalancé contra un demonio que estaba a
punto de morder a uno de mis compañeros. Caí agarrando al demonio por el
costado y por la fuerza con la que lo había empujado se empotró contra la pared
del callejón. El demonio emitió un gruñido de dolor. Me puse en pie, viendo al
demonio tumbado y sonreí satisfecha.
Sin embargo, los demonios eran
fuertes. El demonio que había tumbado, ya se estaba poniendo en pie y observé,
que los dos demonios que se estaban alimentando de mi compañero volvían la
vista hacia donde estaba yo. Retrocedí un par de pasos mientras el primer
demonio se sacudía y comenzaba a gruñir mostrando una no pequeña boca babeante llena
de una fila de dientes y colmillos. Como haciendo coro, los otros dos lo
imitaron. Contemplé que los otros dos demonios, además de babas, goteaban la
sangre de mi compañero fallecido. Ver la plateada sangre y detrás mi compañero,
me enfureció. Noté que me enfadaba más y más y que mi cuerpo se iba calentando.
Mis alas se desplegaron, haciéndome ver más grande de lo que era. Uno de los
demonios, saltó hacia mí y me derribó. Su boca abierta fue a morder, y coloqué
las manos a ambos lados de la mandíbula en un intento desesperado de que no me
mordiera. Por el momento funcionaba. Pero estaba presa del pánico. Estaba
cegada por el miedo, no sabía que hacer.
Entonces, replegué mis piernas, y
las impulsé hacia arriba empujando al demonio. Este calló al suelo con un ruido
seco. Me incorporé, quedándome sentada, y vi que otros dos de los míos habían
caído y un solo demonio parecía estar muerto.
De seis ángeles que habíamos ido,
sólo tres aún continuábamos con vida, y a duras penas. Los demonios estaban
acorralando a mis compañeros, y uno de los dos demonios que tenía delante saltó
hacia mí.
De pronto, una sombra negra calló
del cielo, evitando que el demonio llegase hasta mí. Yo estaba encogida, como
si así fuera a protegerme de las fuertes fauces del demonio. Aparté las manos
de la cabeza, y vi que el demonio que se había avalanzado yacía ahora muerto a
los pies de la sombra que había caído. Dirigí la vista hacia la criatura que me
había salvado la vida y no me lo podía creer.
Tenía las botas negras y altas, unos
pantalones relucientes negros y no llevaba camiseta. Estaba de espaldas y de
ella salían dos enormes alas con plumas largas y negras como la noche. Su pelo,
lo llevaba corto y también era negro. Un ángel oscuro.
Miré hacia donde deberían estar mis
compañeros y vi que no estaban. Y los demonios tampoco. Sólo había dos
cadáveres de ángeles y uno de demonio. Cerca de la pared también estaba el
cadáver del mayor y del demonio que el ángel oscuro había matado. Ni rastro de
los otros dos.
Estaba bastante extrañada, cuando
de pronto oí la voz del ángel oscuro hablándome:
- Los demonios han huido al matar yo ese. Tus compañeros ya se habían marchado.
Miré hacia el, y vi que me miraba.
Sus ojos, eran grises y me miraban intensamente. Nunca antes había visto unos
ojos de se color. Me miraba con intensidad, pero también con… ¿Curiosidad?
Me di cuenta de que yo estaba en el
suelo y me incorporé. Estiré las alas, pero no las replegué. Había algo que me
decía que no debía repregarlas, que así parecería más grande, más… Amenazante.
Aún así contemplé que era mucho más baja que él y mis alas eran, por lo menos,
el doble de pequeñas. Dudaba que incluso las alas de Bernardo fueran más
grandes. Bernardo. Si los otros ángeles (o los que quedaban) habían vuelto al
Cielo, dejándome allí, Bernardo se pondría en lo peor. Estaría muy preocupado.
-Bernardo –Susurré.
-¿Qué? –Preguntó el otro ángel. Su
semblante ahora era de extrañeza.
No le contesté. En lugar de eso, me
di la vuelta y emprendí el vuelo. Estaba confusa. Aquel ángel oscuro no había
hecho nada malo. No había intentado llevarme a al Infierno, ni matarme. Al
contrario me había salvado la vida. Vi un rascacielos y decidí posarme allí un
momento. Una vez aterricé y replegué las alas, miré hacia la calle. Era muy
bonita la ciudad. Miré hacia el callejón, pero sólo se veía la zona iluminada
por la farola y un poco de zona sin luz. La gente pasaba como si nada, sin
dirigir la mirada hacia allí siquiera. De pronto oí un sonido detrás de mí. Fue
como un aleteo. Me di la vuelta y allí estaba él.
-Te has ido muy rápido. –Dijo el
ángel oscuro.
Me quedé callada. No confiaba en
él, aunque me hubiera salvado la vida. Aún así, esta vez no desplegué mis alas.
Él también las tenía replegadas. Me limité a observarlo. Era delgado, aunque se
le marcaban bien los abdominales y en los brazos se apreciaba el músculo. Debía
de ser muy fuerte, pensé. Ahora, no parecía tan grande como antes, sin embargo
era más alto que yo. Las alas le llegaban hasta un poco más debajo de la
cadera, mientras que a mí sólo me llegaban por la zona lumbar. Tenía una figura
que a mí me parecía un tanto amenazadora. Se cruzó de brazos, al parecer,
esperaba una respuesta.
-Tengo que volver. –Fue lo único
que dije.
Encaró las cejas y se cruzó de
brazos tras un silencio un tanto tenso que
reinaba en el ambiente hasta que él repuso:
-Como quieras, estoy seguro que nos veremos otra vez. –Desplegó las alas y tras
una pausa añadió- Por cierto, mi nombre es Axel.
-Clara. –Susurré.
Axel sonrió y acto seguido, levanto
el vuelo. Me quedé mirándolo como descendía en picado y se alejaba volando casi
a ras del suelo, esquivando coches y a la gente.
Cuando lo perdí de vista, desplegué
mis alas, y empecé a volar hacia arriba. Cuando los ángeles de la luz tienen
que regresar, lo único que tienen que hacer es volar hacia arriba hasta cruzar
el límite del Cielo con la Tierra o mantener un portal abierto hasta el
regreso. Esta segunda opción es bastante arriesgada, por que si dejas un portal
abierto, cualquiera puede entrar.
Mientras volaba, recordaba todo lo
que había sucedido aquella noche. Y la intervención de Axel. Gracias a él,
volvería a ver a Bernardo.
El viento me sacudía en la cara
mientras ascendía y cada vez era más frío. Como siempre llevaba el vestidito de
tirantes… ¿Por qué los ángeles no se ponían jerseys blancos de vez en cuando?
De pronto noté una especie de vibración por todo mi cuerpo y vi una luz blanca.
¡El portal! Pensé yo contenta. Bajé la velocidad y pronto me vi rodeada de la
luz blanca y cegadora del portal. Cerré los ojos para protegerme de la luz y
cuando los abrí, me hallaba en el salón del Cielo. Cuando me vio el guardián,
abrió mucho los ojos y exclamó:
-¡Clara!
Yo le sonreí, pero él no me
devolvió la sonrisa.
-Bernardo está muy preocupado.
Piensa que no volverá a verte. Está en su cuarto. Ve.
Noté que mi sonrisa se moría en mis
labios. Me dirigí corriendo al cuarto de Bernardo, en el que me lo encontré
sentado encima de la cama. Tenía lágrimas en la cara y aparentaba muchos más
años. Tenía marcas en la cara y ojeras. Me preocupé de inmediato. Avancé por la
habitación y me acuclillé ante él. Bernardo levantó la vista y me miró a los
ojos. Sentí una punzada de culpabilidad. Tendría que haber venido en cuanto
Axel mató el demonio. Le tomé la cara entre las manos y le dije:
-Bernardo. Bernardo, soy yo. Clara.
Estoy bien Bernardo, tranquilo. Ya he vuelto. –Bernardo tenía el mismo rostro
inescrutable y seguía mirándome a los ojos. –Ya he vuelto. –Repetí en un
susurro.
Pareció que algo se quebraba en los
ojos de Bernardo, como una cortina que se cae.
-Clara. –Susurró y me abrazó.
Le devolví el abrazo y poco a poco
Bernardo subió una mano y me acariciaba el pelo. Nos pasamos así un rato y
cuando me di cuenta, las lágrimas caían por nuestros rostros. Bernardo parecía
estar mejor. Me preguntó qué es lo que había pasado y por qué no había vuelto
con los otros dos ángeles supervivientes. Le conté la historia, pero, no sé por
qué eliminé la escena del tejado. Tampoco es que hubiera pasado nada. Cuando
hube acabado, Bernardo, ya más sereno, me habló con un punto de preocupación y
culpa en la voz.
-Debería haber ido, o… Maldita sea,
¡Esos otros son unos cobardes! Deberían haberte protegido. Lo importante es que
estás bien y que ese oscuro no te ha hecho nada. Puede que me equivocara y que
no estuvieras preparada aún para salir a la Tierra. Entrenaremos más y, cuando
estés lista y lo considere oportuno, podrás volver a intentarlo.
Me quedé sorprendida de lo que
dijo.
-Bernardo ¡No me ha pasado nada!
Podré volver a entrenar, pero nada nos prepara para la realidad. –Repliqué.
–Los demonios son muy fuertes, pero una vez comienza la pelea sé exactamente lo
que tengo que hacer. No puedes retenerme aquí todo el tiempo, solamente porque
corra riesgos. Todo el mundo los corre.
Bernardo me miró con seriedad y
dijo:
-No hay discusión. Soy tu mentor y tienes que hacer lo que diga. Mañana
volveremos a entrenar.
Salí de la habitación y cerré la
puerta un pelín tirando a fuerte. Estaba furiosa, ¿Por qué sería tan protector?
Me dirigí al salón. No tenía sueño. Sólo estaban allí el guardián y Martin.
Martin era joven, no llegaría a los treinta, y si así era no los aparentaba.
Martin y yo nos llevamos bien, de hecho, me contó una vez que Bernardo había
sido su mentor.
Más tarde publicaré el fragmento que corresponde hoy. Espero que os guste, un saludo.