En este fragmento en el que Clara y Simon están en la Tierra, se produce un encuentro completamente inesperado. Espero que os guste.
Simon se reunió conmigo.
-Vamos al parque. –Me indicó, señalando hacia abajo.
Aterrizamos en las orillas del lago. Estuvimos
callados un rato. Al final, miré a Simon. Estaba mirando fijamente las aguas
del lago. Parecía como si estuviera esperando que salieran los oscuros con la
chica. De pronto, me di cuenta de algo.
-Es increíble ¿No? –Dije, al final.
Simon me miró, extrañado. Me dispuse a explicárselo
todo. Mi mente iba a toda velocidad. Estaba emocionada.
-Simon, ¿Dónde está la entrada al Infierno?
Simon me miró como si estuviese loca.
-Nadie lo sabe. Nunca se ha descubierto. Pero tú ya
deberías saberlo. ¿En qué piensas Clara?
-Pues que, sin darnos cuenta, hemos descubierto
dónde está. –Dije, mirando hacia el lago.
Simon abrió mucho los ojos, comprendiendo por dónde
iban los tiros. Empezó a emocionarse.
-Puede que aún no esté perdida. Si sabemos cómo
entrar, podremos recuperarla y matar a los demonios y a los caídos.
Asentí. Levanté la mirada hacia el cielo nocturno.
En la ciudad no había apenas estrellas. Fui bajando lentamente la mirada.
Quería llegar con los ojos hasta las aguas del lago, pero me detuve en el
monumento del parque, situado a varios metros de distancia, en un claro del
parque. Era una columna con una inscripción grabada de cómo y quién construyó
el parque. Encima de la columna había una estatua de un ángel acuclillado, con
las piernas separadas y las manos apoyadas entre éstas. Tenía las alas
desplegadas. Me quedé mirando la estatua. Habían hecho mal el ángel. Los
ángeles llevaban túnicas o camisas de manga corta. Incluso en la distancia, se
veía que éste no llevaba. Además, los ángeles no tienen las alas tan grandes.
Estaba distraída en eso cuando la estatua replegó las alas, levantó una mano y
me saludó.
El corazón se me paró. Miré hacia Simon, que a su
vez iba de un lado para otro por la orilla, pensando. Sonreí para mis adentros.
Una vez que se le mete algo en la cabeza, es imposible hacer que deje de pensar
en ello. Dirigí mi mirada de nuevo al monumento. El ángel se dio la vuelta,
desplegó las alas y se dejó caer. Por los movimientos que había hecho,
posiblemente hubiera aterrizado en el claro en donde se encontraba el
monumento.
-Simon, voy a ir a ver el parque para asegurarme de
que no haya nada y nos sorprenda. Quédate aquí un momento.
Simon asintió, sumido en sus pensamientos. Desplegué
las alas y empecé a planear entre los árboles. Podría haber ido andando o
corriendo, pero volando me cansaba menos e iba más rápido. Cuando me aproximé
al claro, aterricé. Atravesé unos arbustos y un par de árboles y entré en el
claro. Con la espalda apoyada en la pared y las alas negras replegadas se
encontraba Axel. Levantó su mirada y con un movimiento de cabeza se echó el
flequillo negro a un lado. Clavó sus ojos grises en mí.
-Hola Clara. –Saludó, con una sonrisa que enseñaba
sus blancos dientes.
No le contesté. Andaba cautelosa, no sabía que
esperar de él. Me salvó la vida, recordé. Pero también se llevó a una chica de
mi edad al Infierno. La sonrisa de Axel se desvaneció. Su semblante se puso
serio y frunció ligeramente el ceño.
-Imagino, que no estarás muy contenta. –Dijo, con
cautela, mirándome fijamente.
-¿Tú qué crees? Esa chica… Tendría mi edad. ¿Por qué
a mí sí me ayudaste y a ella no?
Axel permaneció sereno.
-No creo que esas sean todas tus preguntas.
-No, no lo son. ¿Y tengo que creer que tú me las vas
a responder? –Sin saber muy bien el por qué, mi tono de voz era duro y frío.
Sin embargo, el permanecía tranquilo, no parecía sorprenderle en absoluto. Se
cruzó de brazos.
-Pues… Sí. Te las voy a responder. Al menos, todas
las que pueda. Pero hoy no, Clara. Y menos con el chico pelirrojo andando por
ahí. Es muy impulsivo ¿No?
-Se llama Simon. Es mi amigo. Y no es impulsivo…
Sólo que…¡Le cabreó mucho lo que hicisteis!
Axel pareció divertirse. Una sonrisa torcida asomó
su rostro.
-Deberías aconsejarle que no puede ir detrás de
ángeles caídos así por las buenas. Es peligroso. Podría haberse venido él
también.
Me enfurecí y él lo vio. Volvió a ponerse serio y
dijo, sin burla:
-Mañana te contaré todo lo que pueda. Responderé a
tus preguntas. Ahora, deberías ir con… -Pareció intentar recordar el nombre.
–Simon. Mañana por la noche, dirígete al callejón donde nos vimos la primera
vez. –Vio que dudaba y agregó: -Tranquila, no voy a llevar ‘amigos’ –Pronunció
la palabra ‘amigos’ con un tono burlón.
Se dio la vuelta y desplegó las alas. Volvió la
cabeza y vi que el flequillo le había caído ligeramente sobre los ojos. Sus
ojos grises parecían tranquilos.
-Hasta mañana Clara. –Dijo con una sonrisa.
-Adiós… -Dudé
-Axel. –Respondí.
Desplegó el vuelo y se perdió por la ciudad. Vi como
su sombra iba empequeñeciéndose. Lo que mejor se distinguía era las alas, que
de vez en cuando pegaban un aletazo. Al final, lo perdí de vista y volví al
lago, donde estaba Simon.
Me estaba esperando y no parecía contento.
-¿Un momento? ¿Dónde demonios estabas Clara?
-He dado la vuelta completa al parque. Dos veces. Y no sólo por el borde, si no por todo el parque. –Mentí.
-He dado la vuelta completa al parque. Dos veces. Y no sólo por el borde, si no por todo el parque. –Mentí.
Simon no pareció contento con mi respuesta, pero se
calló.