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jueves, 6 de junio de 2013

El sentimiento

Este  relato, se lo dedico especialmente a todos mis amigos de Forocamping y a todos aquellos a quienes   les guste ir de camping.
                                                                EL SENTIMIENTO

Era la tarde del viernes. Un viernes como otros. Ese ansiado día por todo el mundo que indica el respiro del fin de semana. Mis fines de semana, no se puede decir que sean como la del resto de chicos de mi instituto. Me levanto como cada mañana, medio dormida, hasta que espabilo un poco, lo justo para darme cuenta de que hoy es viernes.

Desayuno deprisa y me dirijo a mi cuarto. Me visto sin entretenerme demasiado, doy los buenos días a mi padre, recién levantado, y me dirijo al cuarto de baño. A toda prisa, me lavo los dientes y me peino. Apenas me aliso el pelo. Me voy a mi cuarto, y espero. Las siete y media. Me voy al instituto en la furgoneta, con mi padre. Cuando me despido de el, me dirijo junto con mis compañeros. Les saludo y escucho mientras uno cuenta sus planes para el fin de semana. Suena el timbre y, nunca sabré el porqué, siempre hay algo que te impulsa a huir del timbre de entrada. Las clases transcurren con normalidad. Voy contando las horas que me quedan para salir. A penúltima hora, la gente ya está cansada. Ansiosa por salir de una vez. El profesor, nos tiene que recordar varias veces que tenemos que prestar atención o que tenemos que callarnos. Y aguantar las típicas escusas de ``¡Jo profe! ¡Pero que es viernes, la una de la tarde! ¡Que tenemos ganas de irnos ya por ahí!´´ Y ahí, es cuando el ``profe´´ te dice: ``Ya, pero también es viernes para mí, así que te aguantas y te callas.´´ Y con eso, por el momento, se da el asunto por zanjado.

Última hora. A veces pienso: ``Pobre profesor´´. Por que si eres un profesor y tienes clase un viernes a última hora... Puedes acabar con unas jaquecas de cuidado. La gente hablando, gritando, haciendo ruidos que muchas veces piensas que cómo es posible que un ser humano haga esos sonidos, planeando que van ha hacer esta tarde, el sábado y el domingo. El profesor, dependiendo de que viernes toque y como lleve el día, hay veces que se rinde, el explica y quien atienda bien y quien no... Pues también muy bien.

Pero yo... Desenchufé el cerebro hace ya un buen rato. Pienso en mi propio y particular fin de semana. Ese que tanto añoro durante el invierno y durante toda la semana. Sobre todo a finales de curso, cuando veo el sol, miro por la ventana y pienso: ``Si aquí hace este sol, allí se debe de estar de lujo´´.

Y, tras una clase eterna, el profesor anuncia nuestra parte favorita del día: `` Vale chicos, quedan cinco minutos podéis recoger´´. Y la clase, antes adormilada por un lado y chillona por otro, cobra vida a la vez. Recogemos las cosas a toda prisa y nos colocamos en la puerta. Hasta que el listo de turno suelta que quedan diez segundos y toda la clase corea la cuenta atrás. A falta de dos segundos, la clase ya esta prácticamente vacía. Y, cuando suena ese último timbre, todo el mundo sale al pasillo gritando ``¡¡VIERNES!!´´. Y te toca esquivar a los más impacientes que corren por el pasillo y no les importa para nada si te tiran por accidente por las escaleras.

Yo, me dirijo a mi furgoneta, le cuento a mi padre las novedades del día y nos dirigimos a casa. Como tan deprisa, que tengo que tomar un par de tragos de Coca-Cola por varias veces para no atragantarme. Después de ver un rato la tele, hago los deberes y preparo la mochila.

Y me preparo para las largas horas que me esperan (más largas incluso que la última hora del viernes) antes de las seis y media de la tarde. Y justo antes de que acabe por convencerme que si mi padre tarda mucho me voy a volver loca de desesperación, mi padre llega de trabajar. Tras darse una ducha y revisar todo, salimos de casa y mi madre cierra la puerta bajo llave.

Ahora sí. Ahora ya siento ese sentimiento que se empieza a apoderar de mí. Esos latidos que retumban en mi pecho, tan fuertes que a veces creo que mi familia puede oírlos, esa impaciencia por salir ya y llegar pronto, esa alegría de saber lo que me espera.

Nos metemos en al furgoneta, me acomodo, saco mi vieja Nintendo DS y me pongo a jugar a Mario Bross. Al cuarto de hora, me aburro y lo dejo. Me dedico a contemplar el paisaje y cantar las canciones del disco que renueva mi madre todos los fines de semana.

Pronto, nos metemos en el camino que indica que ya hemos llegado. Ese camino que me abre las puertas, que me envuelve, donde me siento querida, donde soy feliz. Los latidos, se vuelven más fuertes y acelerados. Me desabrocho el cinturón, le quito el arnés a mi perrita Lackye, le pongo el collar y la correa y de pronto la veo; la barrera del camping. Esas barreras una de entrada y otra de salida, con rayas rojas y blancas. La de la derecha, la de entrada flanqueada por un inmenso árbol. Un árbol, que, desde siempre me ha fascinado. Mi padre, da toda la vuelta y, por fin, la veo: Nuestra parcela. Nuestro mobil-home. Nuestra casa. Mi pequeño paraíso.

Nos bajamos y me apresuro a abrir la puerta de la parcela. A continuación, entra mi madre con las llaves y abre oficialmente nuestro mobil-home, también conocido junto con la parcela como Villa María.

Ahora sí que me siento feliz. Porque cuando estoy en el Bolaso, mi camping, me siento completa. Siento la más profunda felicidad que halla experimentado en toda mi vida. Porque, en el camping, todos los problemas, todos los agobios por exámenes o por amigos o amigas, desaparecen. Allí, sólo me encuentro feliz y relajada.

Porque adoro ir de camipng. Porque siempre hay una nueva aventura. Porque nunca me cansaré de estar allí. Mi pequeño paraíso.