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martes, 7 de enero de 2014

Un amor entre dos ángeles

Noté una fuerte impresión, que me recordó a cuando caes de una montaña rusa. El vacío en el estómago. Luego, noté aire a mí alrededor. Caía muy deprisa. Saboreé la experiencia, y, cuando vi que el suelo ya se acercaba, extendí mis alas. Paré inmediatamente. Me quedé planeando en el aire. Fui descendiendo poco a poco hasta que mis pies tocaron la acera. Replegué las alas.
Los humanos caminaban a mi lado sin darse cuenta. Claro. Pensé. Los ángeles, demonios y ángeles oscuros son invisibles para el ojo humano. Cuando un demonio atacaba a un humano para alimentarse, el hombre o mujer muere sin saber quién o qué lo ha atacado. También recordé de las lecciones de Bernardo, que estos humanos van directamente al Infierno y depende de quiénes hayan sido, se convierten en demonios o en ángeles oscuros. Sentí lástima por ellos. Pero luego recordé que era por eso por lo que yo estaba hoy allí. Para intentar evitar que los demonios vuelvan al Infierno con el estómago vacío. Éramos seis ángeles contándome a mí. Fuimos caminando para no gastar energía, por si más tarde teníamos que usar las alas.
Estaba un tanto nerviosa. Pero no iba a dejar que aquello me afectase. Estaba alerta y con el oído bien abierto. Además, tenía la pulsera de Bernardo. La toqué. Su tacto era frío, pero me reconfortó un poco. Me tranquilizó. Seguíamos caminando. Los otros ángeles también estaban en alerta. Miraban a derecha e izquierda buscando cualquier indicio de que pudiera haber demonios cerca.  
Estaba un poco atrasada del resto, cuando de pronto, mi pulsera comenzó a vibrar. Dirigí mi mirada hacia un callejón cercano. Me encaminé hacia allí y noté que mi pulsera se volvía loca. Vibraba muy fuerte. En silencio, llamé al resto de ángeles. Ahí había demonios. Me apostaba las plumas de las alas. Los demás hicieron un círculo a mí alrededor. El mayor, creo que tenía 18 años, se encaminó hacia el interior del callejón. Lo perdí un momento de vista, allí donde las farolas ya no llegaban. Retrocedió hasta el punto en el que podíamos verle, y nos indicó que le siguiéramos. Nos empezamos a adentrar en el callejón despacio, siempre cautelosos. No se veía casi nada. Me pareció ver que algo se movía entre las sombras, pero no quise preocupar a mis compañeros. Sinceramente, tenía miedo. Más bien estaba aterrada. Pero no podía dejarme llevar por el pánico. ``Los demonios huelen el miedo, y se alimentan de eso´´ recordé. Me obligué a respirar hondo y pegarme a los compañeros de al lado.
El mayor iba un poco por delante. Observé que mis compañeros, andaban lentamente, deteniéndose a menudo, mirando por todos lados buscando cualquier indicio de movimiento. Los imité. Volví a notar que algo se movía. Pero era extraño. No se movía avanzando, si no hacía arriba. Miré hacia la azotea y vi una silueta. Estaba muy oscuro y se veía negra pero diferencie algo claro: tenía alas. Solté todo el aire. Ni siquiera me había dado cuenta de que contenía la respiración. Sería uno de los nuestros, que había volado hasta la azotea para ver mejor el callejón. La silueta estaba agazapada, con las piernas un poco separadas y los brazos apollados en el borde. Pensé que era igual que una rana. Tenía las alas extendidas. A pesar de la oscuridad, vi que las sus alas eran mucho más grandes que las mías.
De pronto, un grito rompió la noche. Bajé rápidamente la vista del tejado y dirigí la vista al frente. Me di cuenta que me había quedado parada y que los demás habían avanzado mucho más que yo. No veía a nadie. Salí corriendo en dirección al chillido. Había un pequeño faro que iluminaba el fondo del callejón. Me quedé parada al ver lo que sucedía. 

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