-De vuelta al Cielo, al día siguiente-
Aquel día me levanté más pronto de lo normal. Logré
vencer al sueño y al cansancio de ayer, más la cerradura que parecía tener mis
ojos, que me decían cerrados que aún no era hora de abrirse.
Fui derecha a la habitación de Bernardo. Entre
silenciosamente y me senté en la silla del blanco escritorio. Me senté allí y
contemplé a Bernardo dormir.
Su rostro estaba en quietud, salvo los ojos que a
veces se movían ligeramente. Creo que estaba soñando. Me pregunté con qué
soñaría. Una imagen de Bernardo llorando por la muerte de su esposa Lucía se me
pasó por la cabeza y nuevamente sentí una punzada de culpabilidad. Aún se
apreciaban las bolsas de debajo de sus ojos. Bernardo estaba tranquilo, sereno como
casi siempre. Una oleada de cariño se extendió por todo mi pecho. En ese
momento me di cuenta de cuánto quería a Bernardo, y las pocas veces que se lo
había dicho. Me dije a mí misma que tenía que decírselo más a menudo. Para mí
lo era todo en el Cielo, todos esos años cuidándome y enseñándome.
Mi mente divagó por todos mis recuerdos. Entre ellos
el de mi muerte. Antes me afectaba
mucho, pero ahora lo veía como un suceso más. Apenas tenía importancia ya para
mí. Claro que es una cosa que no se puede cambiar, y para los humanos es un
suceso terrible y enorme. Pero para mí, que sé lo que después sucede después de
eso no es tan trágico. Incluso lo veo ahora bien, porque al morir, vine a este
mundo mágico. Aunque a veces, me preguntaba cómo habrían sido las cosas de
continuar viva. Mi padre y yo tendríamos más recuerdos, más recuerdos de
navidad. Habría aprendido a multiplicar y a dividir. Recuerdo que me hacía
mucha ilusión mejorar mi letra y mi lectura. Allí en el Cielo, sólo escribía de
vez en cuando, y casi todos los ángeles tienen la misma letra. Es como si ya
supiera escribir bien cuando llegué al Cielo. A veces me preguntaba si hubiera
sacado buenas notas, si hubiera tenido muchos o pocos amigos y si hubiera
tenido novio. Sonreí al pensar esos pensamientos tan simples. Otro gran
acontecimiento en mi vida fue cuando conseguí las alas. Me entra la risa cuando
recuerdo que iba a todas partes planeando. Bernardo reía cuando algún ángel me
preguntaba por qué volaba. Y aquellos días en los que Bernardo, para enseñarme
a volar, me levantaba prácticamente por encima de su cabeza, me lanzaba por los
aires hacia el alto techo de la sala de aprendizaje de vuelo y me gritaba ``
¡Vuela! ¡Vuela pequeña pajarito!´´ y yo reía e intentaba la mayoría de las
veces sin éxito desplegar las alas y mantenerme en el aire. La primera vez que
me salió bien, alcé el vuelo, llegué hasta el techo mientras Bernardo reía a
carcajada limpia y luego regresé a su lado.
Otro de esos sucesos importantes, por no
mencionarlos todos, pasó ayer. Cuando fui a la Tierra. La sonrisa que se había
formado en mi cara al recordar tantas cosas murió y fue decayendo hasta que mi
semblante se ensombreció. Aquella noche, las imágenes de lo ocurrido pasaban
ante mí como si estuviese viendo una película. La sombra en el tejado (ahora sé
que era Axel), los demonios con sus babeantes y enormes bocas, la sangre de mi
compañero muerto, los otros dos acorralados que huyeron sin mí, aquel subidón
de la pelea, la certeza de que iba a morir cuando el demonio se abalanzó sobre
mí. La sombra descendiendo y matando el demonio antes de que me matara a mí. Y
la curiosidad de Axel. Su rostro no parecía furioso, como había imaginado en
todos los ángeles oscuros. Sólo curioso. Su semblante torcido, extrañado,
cuando murmuré el nombre de Bernardo. Su tímida pero satisfecha sonrisa cuando
le dije mi nombre. Sus enormes alas y su altitud, que le hacían parecer un
gigante.
Salí de mis pensamientos y volví a mirar hacia la
cama. Me encontré a Bernardo sentado en la cama, con las alas extendidas y
mirándome con una mirada entre expectante y curiosa.
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