Primero vi a Bernardo. Estaba hablando con una ángel.
Ambos rostros parecían tristes. La preocupación se apoderó de mí. ¿Qué habría
pasado esa noche? Continué con mi búsqueda de rostros, buscando alguno
familiar. Tras un momento que me pareció eterno, vi con cierto alivio la
cabellera rubia y peinada hacia la derecha de Martin. Estaba de espaldas a mí,
acuclillado frente al sofá con unas gasas y vendas en una mano. En el sofá
estaba sentado Simon, que parecía mucho más pálido que de normal y tenía mucha
sangre en el brazo. Solté aire que ni siquiera me había dado cuenta que estaba
conteniendo. Me dirigí veloz hacia donde estaba Martin y me agaché junto a él.
Y vi de más cerca el brazo de Simon. Ahogué una exclamación cuando vi el largo
y profundo desgarrón que tenía. La sangre no dejaba de manar mientras Martin,
con las gasas iba presionando allí donde salía en mayor cantidad. De vez en
cuando, el rostro de Simon se contraía en una mueca de dolor. Simon pareció ver
la expresión de mi cara.
-Ha sido con una garra. –Explicó con los dientes
apretados, a la vez que su rostro se contraía de nuevo. –Eran muchos, no me
imaginaba lo que podía echársenos encima en poco tiempo. Primero había dos que
con todos los que íbamos, pues casi sin problemas. –Pausa y otra mueca. –Pero
luego empezaron a llegar más y más y se nos echaban encima. Madre mía… No
pudimos más que huir. –Volvió a apretar los dientes y a cerrar los ojos con
fuerza.
Escuchaba con atención y pensé que probablemente
hubiera más que el día anterior. Me dirigí hacia Martin.
-¿Puedo ayudar?
Martin dejó un momento de limpiarle la herida y
dirigió su mirada hacia mí. Sonrió. Parecía cansado.
-No gracias Clara. Lo mayor ya está hecho, sólo me
queda vendar y listo.
Asentí y me levanté. Fui en busca de Bernardo. Se
hallaba apoyado en una columna con los brazos cruzados, como tan típico era en
él. Su mirada iba de un lado para otro. Me puse a su lado y miré yo también
toda la sala. Había bastantes ángeles con heridas y un par de ellos hablaban
con un grupo de ángeles. Había gente de un lado para otro con agua, gasas,
vendas y otras cosas para curar a los heridos. Lo más grave era el ángel que
había visto al entrar con el golpe en la cabeza. Otros ángeles llevaban toallas
blancas empapadas en la sangre plateada, para lavarlas o, directamente, tirarlas.
Parecía ser que el llevar a más ángeles había dado resultado para que hubiese
menos bajas.
-¿Dónde estabas? Podíamos haberte necesitado. –Habló
Bernardo.
-Me he dormido, lo lamento. –Dije, avergonzada.
-Cuando haya grupos que salgan, no se duerme hasta
que vuelvan. Nunca sabes lo que puedes encontrarte cuando regresen. –Me
reprendió, aunque no había dureza en su voz.
Tras una pausa, pregunté:
-¿Cuántos han… Cuántos no han vuelto?
-¿Cuántos han… Cuántos no han vuelto?
-Dos. De veinte. Dos han quedado ilesos, aún no sé
cómo y los demás… Ya lo puedes ver.
Asentí. Bernardo dijo que iba a hablar con los
``ancianos´´, como yo los llamaba. En realidad, eran ángeles que aparentaban la
edad de Bernardo, pero que llevaban muchísimos años en el Cielo. Incluso había
algunos que llevaban siglos allí. Me dirigí de nuevo con Martin y vi que Simon
ya tenía el brazo curado y vendado. Se levantó y me dijo:
-¿Te apetece dar una vuelta?
-¿Te apetece dar una vuelta?
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