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-¿Ocurre algo? –Preguntó. Bernardo tenía una ceja
extendida y parecía que estuviera evaluándome. Probablemente, así era.
-Yo… He venido para…
Bernardo siguió esperando. Odiaba que no me salieran
las palabras, pero que resonaran en mi cabeza. A pesar de la confianza que
teníamos Bernardo y yo, me resultaba difícil pedirle perdón. No creía que las
palabras salieran de mi boca, pero lo conseguí.
-Quería pedirte perdón por lo de ayer. Me pasé mucho
y… No tenía derecho a hacerlo. Siempre has estado cuidando de mí y es normal
que estuvieras preocupado. Lo siento.
Bernardo replegó las alas y su punta rozaba
ligeramente la cama. Se levantó y me dijo:
-Ya está olvidado, Clara. En ningún momento me enfadé contigo. Pero si ves que tus compañeros huyen, vuelve en cuanto tengas una oportunidad.
-Ya está olvidado, Clara. En ningún momento me enfadé contigo. Pero si ves que tus compañeros huyen, vuelve en cuanto tengas una oportunidad.
Asentí y me levanté también. Me quedé mirándolo, ya
no sabía que más decir.
-¿Vamos a entrenar? –Propuso Bernardo, que casi
parecía que había leído mi mente.
Volví a asentir con la cabeza. Bernardo salió por
delante de mí y lo seguí. Lo seguí por el pasillo pasando por el salón de los
ángeles. Ya había ángeles allí, entre ellos Martin que me saludó con la mano,
sonriendo abiertamente. Le saludé con una débil sonrisa. Llegamos a la sala de
entrenamiento y allí pasamos todo el día. Repasamos todo, desde la teoría hasta
clase de vuelo. Pero no era como antes. Al menos yo no me sentía como antes.
Bernardo se mostraba serio y firme. Sólo hablamos lo necesario, sin bromas. Me
resultaba demasiado raro.
Puesto que aquel día los aprendices iban a volver a
la Tierra, al final del entrenamiento me vi obligada a hacerle la pregunta que
había estado evadiendo durante todo el día.
-¿Me dejarás ir esta noche a la Tierra? –Pregunté,
insegura.
Bernardo pareció reflexionar. Estaba apoyado en una
pared, con los brazos cruzados y alas extendidas. Me di cuenta de que Bernardo
siempre había sido muy serio. Siempre estaba pensando y reflexionando en las
cosas, hasta en las más simples de la vida cotidiana. Se fijaba en todo y no
había detalle que le pasara desapercibido. También me fijé que me gustaba verlo
así, reflexionando de brazos cruzados y con las alas extendidas, pero sin estar
extendidas del todo. Era una postura que había visto tantas veces en él… Su voz
me sacó de mis pensamientos, retumbando en la sala.
-Esta noche no. Ya veré cuando te doy permiso,
Clara, pero entiéndeme, quiero que estés bien preparada antes de ir de nuevo
allí.
Asentí sin más. No me había hecho muchas ilusiones,
pero aún así quería ir. Me tragué la decepción, recogí unos apuntes y le dije
con una sonrisa:
-¿Vamos al salón a leer un rato?
-¿Vamos al salón a leer un rato?
Al parecer, él no se dio cuenta de mi decepción,
porque sonrió sin mostrar los dientes y dijo:
-Vamos.
Salimos de la sala, y nos dirigimos al salón. Una
vez allí, Bernardo fue a la biblioteca, un lugar sólo destinado para los
ángeles completamente adultos, y regresó con tres libros. Me tendió uno y lo
cogí, sonriendo en agradecimiento. Me senté en el sofá, justo donde había
estado la noche anterior y Bernardo en el sillón de enfrente, ése que tanto le
gustaba a Martin. Antes de abrir el libro, dirigí la mirada por la sala y
observé que Martin estaba en una mesa con un chico que parecía de mi edad. Él
también me vio, sonrió y me señaló con el dedo. El otro chico también se dio la
vuelta y me miró con atención. Se levantó y vino hacia mí. El chico destacaba,
era pelirrojo y tenía unos profundos ojos verdes. Era pálido y su rostro estaba
cubierto de pecas.
-Hola, mi nombre es Simon. Tú debes de ser Clara.
Martin me ha hablado de ti. Encantado. –Dijo, tendiéndome la mano.
-Hola Simon. ¿Eres el nuevo aprendiz de Martin?
–Dije, sin poder evitar mi curiosidad.
El sonrió. Tenía una sonrisa muy bonita, pensé. Sus
pálidos labios rosados destacaban más bien poco en el también pálido rostro y
sus dientes eran perfectos y muy blancos. Lo que más destacaba de él eran sus
brillantes ojos verdes.
-Sí, bueno. He cambiado de mentor y estoy muy
contento. Martin es genial.
-Sí, lo es. Es muy bueno conmigo.
-Esta noche voy a salir por primera vez, ¿Vendrías
conmigo?
Mi sonrisa se apagó repentinamente. Me entristeció
tener que decepcionarle, después de lo agradable que había sido conmigo. Me
caía muy bien, teniendo en cuenta lo serio que pueden llegar a ser los ángeles.
-Eh… Lo lamento Simon, pero es que yo hoy no voy a
salir.
Simon pareció un poco decepcionado, pero a pesar de
eso, sonrió y dijo:
-Bueno, no importa. Nos veremos por aquí.
-Bueno, no importa. Nos veremos por aquí.
-Te deseo suerte.
-Gracias. –Acto seguido se marchó a la mesa donde
Martin estaba aguardando a Simon.
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