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lunes, 22 de diciembre de 2014

No te digo adiós, sino hasta pronto

Hoy, 22 de diciembre de 2014, la Parca se nos ha llevado a un amigo. No sé muy bien que decir, porque creo que nunca se sabe qué decir en estos casos, más aún cuando la noticia es muy reciente y se está rota de dolor, como estoy yo ahora mismo, con lágrimas en los ojos.

Javi, Chibuli, nunca llegué a conocerte personalmente, y mucho menos de lo que me habría gustado, pero no por ello me duele menos tu marcha. ¿Qué puedo decir de ti? Nada que aquellos que te conocieron no sepan ya. Sabías cómo atender a la gente en el momento preciso, cómo hacer reír. Ah, ¡Cuántas veces me he reído con tus comentarios! ¡Cómo me gustaban tus historias! Esas historias que pasarán a la eternidad por su peculiaridad. Por que eras alguien único, capaz de sacar una sonrisa a todo el mundo en los peores momentos.

Recuerdo que, después de una mala experiencia personal, tú le decías a mi madre que querías romperle las piernas, y más comentarios que me hacían reír a pesar de la situación. Que compartíamos el amor hacia los animales, que siempre me reía con las historias que contabas acerca de tus mascotas y que yo decía que yo también quería tener mi propio Zoo Chibuli. Mi ilusión al saber que puede que fuera a conocerte.
Algo que nunca he podido hacer y que, desgraciadamente nunca podré hacer. Nunca podré ver tu Zoo personal, no podré abrazarte ni conocer más historias. Porque hoy has viajado en moto hasta el Cielo, en un viaje de ida, pero no de vuelta.

Me consuela un poco saber que estarás allí esperándonos a todos tus amigos y familiares, con tu sonrisa en los labios con muchas nuevas historias que contar. Que te habrás encontrado con gente conocida y que estarás allí haciéndoles felices, tal y como lo hacías aquí.
Nunca morirás del todo, porque todos nosotros llevamos un trocito de ti con nosotros y porque creo que siempre vivirás en nuestras memorias y corazones.

No te voy a decir adiós, porque esto no creo que sea una despedida, sino un hasta pronto, porque estoy segura de que algún día nos conoceremos.

lunes, 15 de diciembre de 2014

Un desahogo

Esta entrada no es como las demás, no trata de una historia si no de una vida, de mi vida en estos momentos. Estoy atravesando una muy mala época en la que estoy llena de sombras y sin nada de luz. Probablemente no tenga mucho sentido, pero esto surge desde mi cabeza, soltando muchas cosas que hace tiempo que llevo dentro y la voy a soltar tal cual, como un torbellino que es. Intentaré organizarlo lo máximo posible, perdonad si es un desastre, pero como digo no es un relato, si no pensamientos plasmados en papel.

Hay muchos momentos en los que desearíamos poder explotar y empezar de cero, poder desahogarnos con alguien de máxima confianza. Pero no existe alguien de máxima confianza, ya sea por unos motivos u otros.
Sé que la vida es dura, y que es lo que hay, que sólo queda tirar hacia delante y punto, que esta vida te va a pegar muchos golpes. Todos esos golpes que duelen y más. Y que lo mejor, como suele decir un gran amigo mío es reírse frente a esos golpes pero... ¿Cómo reír de los golpes más duros y fuertes? ¿De esos que son capaces de dejarte sin respiración? Yo no veo la manera.
También sé que siempre va ha haber gente peor que yo, en peor situación. Pero yo siempre digo que cada persona es un mundo, Dentro de cada persona, hay un mundo y no puedes decirle que en otro mundo (otra persona) están ocurriendo cosas peores, porque cada persona se va ha hacer cargo de su mundo y que este no se desmorone. Puede que suene egoísta pero es así. Para cada persona sus problemas van a ser los peores del mundo.
Estoy mencionando los tópicos que usa la gente de normal para consolar a otra persona, cuando ni siquiera saben qué les ocurre. Otro es el de: Ya vendrán tiempos mejores... Pero luego hay gente que dice que no hay que preocuparse por el futuro, que es mejor vivir el presente. Sea como sea, puede que vengan mejores tiempos, pero eso no importa, porque en el momento puede que estés viviendo un infierno.

Estoy en cuarto de ESO, el último año de secundaria. Puede que este sea el año más importante que haya en todos los estudios. Muchos pensarán; La universidad es más importante, el bachillerato... Sí, puede que sí, pero no puedes acceder a ninguno sin el título de la ESO que nos dan este año. Estoy en cuarto científico, porque me apasiona la Biología, concretamente, la Paleontología. Por eso decidí irme por esta rama. Pero tengo un pequeño problema: Nunca se me han dado bien las matemáticas, fundamentales este curso.
Este ahora mismo, es el menor de mis problemas. Tengo varios problemas personales que no puede contar por aquí.  Pero si a esos problemas que ya bastante impacto causan, les añades el instituto, la presión y otras muchas cosas, te sale como resultado mi estado de ánimo.

Creo que nunca antes había estado en una situación semejante, y, la verdad, no sé cómo he de actuar. No sé qué es lo mejor. Quiero lo mejor para todos, intentar ayudar, hacer algo. Luego veo que no hay nada o no se me ocurre nada más que intentar y me frustro. O que hay cosas que escapan a todo control humano.
Me parece muy injusto que gente que me rodea y a la que quiero tenga que pasar por todo lo que pasa, y que aún así, sigan luchando con toda su fuerza. Creo que son admirables, y me gustaría tener también su fuerza.

Sé que tal vez sea muy infantil por mi parte, pero, aún me pregunto, ¿Por qué ellos? ¿Por qué tiene que pasar todo esto? Imagino que me gustaría tener un mundo de color rosa y poder expulsar todos mis demonios, pero ¿A quién no le gustaría tener eso? Lo peor de todo es que, te paras a pensar, en todo aquello que te sucede, en analizar lo que te rodea y sientes que te ahogas, y que una piedra sube a tu garganta, impidiéndote hablar, impidiéndote respirar.
Creo que es una de las peores sensaciones que hay, esas ganas de gritar, llorar y patalear y tener que retenerlas, guardártelas todas hacia dentro. Todos esos problemas, guardártelos hacia dentro, y callar, mantenerte callado.
En mi caso, te mantienes callado para no hacer daño a aquellos que más quieres, para intentar no empeorar aún más la situación. Así que, sólo queda guardar silencio.


Bueno, eso ha sido todo, muchas gracias aquellos que me lean, esto sólo ha sido un pequeño desahogo, que de vez en cuando se necesita, lamento si está desordenado o no tiene sentido pero es así, tan solo surge de mi cabeza y lo voy escribiendo.

martes, 4 de noviembre de 2014

El silencio

En ocasiones, no hay palabras suficientes para describir algo. Ni siquiera, el mejor poeta, el más célebre escritor. Todos se quedan en silencio. Pero, ¿Qué es el silencio? El silencio es una palabra no pronunciada, una frase no dicha, un grito callado.

Y es que algo que te acompaña siempre, ese algo que puedes encontrar siempre que lo necesites es el silencio. En silencio, puedes gritar, desahogarte todo lo que quieras, porque cada uno es propietario de su silencio. Todos podemos quedarnos en silencio, callar nuestras voces, pero, en realidad, ¿Dentro de ese silencio hay silencio?

Creo que ni en el silencio más silencioso, hay un completo silencio. Si pudiéramos escuchar el silencio de cada persona, quedaríamos realmente sin palabras, al descubrir que dentro de cada silencio, dentro de cada persona, de cada mente, hay voces no escuchadas, siempre silenciadas, gritando, en silencio.

Todo el mundo guarda voces en su silencio, aunque sean voces apagadas. Por tanto, cuando alguien pide que calles, o que guardes silencio, en realidad, o que hacen es que ese silencio se haga más grande, y en el interior más pequeño.

En resumen, creo que existen dos clases de silencios, el externo y el interno. El externo es perfectamente visible pero el interno no. Ese silencio es algo íntimo, profundo y más difícil de comprender, que es diferente en cada persona. Ambos silencios, libran una batalla, para imponerse el uno sobre otro.

Cuando el silencio externo aumenta, el interno disminuye, ya que toda la voz callada, rebota contra él. Cuando es el silencio interno el que aumenta, el externo disminuye, porque todas esas voces, palabras, frases son liberadas.

Todo el mundo es poseedor de su propio silencio, cada persona, elige qué silencio es mayor, cuánto quiere guardar para sí, y cuánto quiere decir al exterior. Creo que ese silencio que habita en el interior de cada uno de nosotros, es lo más íntimo que tenemos. Son nuestros propios pensamientos, es aquello que nunca puede ser invadido por nadie.


lunes, 3 de noviembre de 2014

Los celos

Los celos son algo natural. Todas las especies animales sienten celos, en mayor o menor medida. El ser humano, ha llevado los celos hasta el extremo. Debido a su racionalización, su inteligencia, su consciencia en todo aquello presente en el medio que nos rodea, o cada uno lo quiera ver, ha ido dando importancia a este sentimiento. Todo el mundo ha sentido celos alguna vez. Por el motivo que sea y en la persona que sea: Por tu hermano, un amigo/a, familiar, pareja, etc.

Siempre ha existido un debate acerca de si los celos son buenos o no. Cada uno tiene su opinión al respecto, como en todo, todo el mundo defiende su idea al respecto. Para mí, nada en extremo es bueno,

Respecto a los celos, he de decir que quien diga que nunca ha sentido celos, miente. Aunque sea por pequeñeces, como que alguien ha logrado algo que tú no, o una razón similar. Sin embargo, creo que hay unos celos que resultan peligrosos en particular, y que en la actualidad son los más destacados y a los que más importancia se les da: Los celos de pareja.

No hay un sentimiento más constructivo y destructivo que el amor. Es donde más conflictos hay siempre. Lo único que diré al respecto, es que mucha gente tiene que despertar y espabilarse. ''Tiene celos porque me quiere''. Eso no es una excusa. Creo que la base del amor y de una relación es la confianza. Cuando alguien intenta controlarte bajo el pretexto de que es celoso/a, esa base se rompe. La confianza ha desparecido. Si la confianza se rompe, el amor también se rompe y, posteriormente, desaparece.

Si hay confianza, no creo que haya lugar para los celos. Si hay confianza y conocimiento de cada persona, creo que cada uno ya sabe como es esa persona. Los celos, no tienen lugar dentro de la confianza.

Nada en extremo es bueno, al fin y al cabo. Cada extremo intenta exterminar siempre al otro.

lunes, 20 de octubre de 2014

La mejor canción de todos los tiempos

Todo el mundo tiene sus gustos y sus aficiones. En la música, cada uno busca géneros que encajen con sus gustos.
La música tiene diferentes géneros, al igual que cada persona tiene su propio carácter. Dependiendo del carácter de cada uno, sus gustos cambian, al igual que sus gustos musicales. Ambas cosas varían a lo largo del tiempo.
Siempre he pensado en la música como algo vivo, con su propia personalidad, tan cambiante como nosotros mismos.
Dependiendo del estado de ánimo en el que te encuentres en ese momento, el tipo de música que escuches será diferente al que sueles escuchar habitualmente. Las canciones cambian a nuestro placer, y adoptan la forma que nosotros queramos darle.
Creo que puede haber una preferencia hacia un género u otro, y esto es sólo mi opinión, pero no creo que exista una canción favorita o la mejor canción de todos los tiempos, ya que estos favoritismos cambian conforme se desarrolla la personalidad de cada uno. A mí, por ejemplo, me resulta completamente imposible elegir una sola canción.
Por tanto, creo que toda la música es la mejor de todos los tiempos, porque los tiempos cambian, y con ello, las canciones se van renovando constantemente. Puede que la mejor canción sea la que aún no se haya compuesto, al igual que hubo canciones hace unos años que fueron las mejores de su época, y actualmente existe una canción que es la mejor de esta época, de aquí a un tiempo, esa canción será la mejor canción de todo su tiempo.
En resumen, no creo que exista una mejor canción de todos los tiempos. Creo que puede existir un conjunto de canciones que sean las mejores de su tiempo.

domingo, 19 de octubre de 2014

El color más bonito

Hay una infinidad de colores, pero, para mí, el color más bonito es la mezcla de todos ellos. El negro es un color atrayente, que capta inmediatamente la atención.
Mezclando todos los colores existentes, siempre obtendrás negro. Para mí, el negro refleja sentimientos. Esos sentimientos que todo el mundo mezcla y guarda para sí mismo.
Si tuviera que ver el negro como un objeto, lo vería como un cofre. A todos los colores se les atribuye un sentimiento o una cualidad concretos. Puesto que el negro es la mezcla de todos los colores, y si fuera un cofre, encerraría todos esos sentimientos y cualidades, esos colores, y saldría de nuevo el negro.
Así que creo que el negro, es el color más bello, por todo lo que esconde en su interior.


Una pequeña reflexión mía. Espero que os haya gustado.

martes, 12 de agosto de 2014

Cazadores de Sombras

Tenía una entrada sobre Cazadores de Sombras, pero misteriosamente se ha perdido. Por tanto, ahora que ya he leído todos y cada uno de los libros, creo que es un buen momento para volver a escribirla.



Cazadores de Sombras, es actualmente mi saga favorita. Tiene un tema muy original, y está muy desarrollada. Realmente, me he metido de lleno en todos y cada uno de los libros. Es una de estas sagas que engancha en cuanto empiezas a leerla, puede que eso sea una de las cosas que más me gustan de ella, ya que creo que es fundamental que una saga tan larga te enamore desde el primer momento. Estuve esperando mucho tiempo el sexto libro, y Cassandra Clare no me defraudó. Es un libro que me ha encantado, tanto como todos los demás.
También estoy muy de acuerdo con la escritora, en añadir una pareja homosexual a la trama, ya que es algo poco frecuente y creo que ha sido una novedad bien recibida. El mundo de los cazadores de sombras es un mundo fantástico en el que me ha encantado meterme y en el que no me gustó nada salir. Lloré con ellos, reí, me emocioné... Una saga fantástica a la que le doy un 10.

miércoles, 6 de agosto de 2014

Triología divergente

 La saga divergente, muy conocida y de la que recientemente han sacado la película, consta de tres libros. Divergente, Insurgente y Leal.

La saga transcurre en una ciudad en la que existe un orden de sociedad dividido en facciones. Hay cinco facciones: Abnegación, Osadía, Verdad, Cordialidad y Erudición.Cada facción está especializada en un rasgo de la personalidad. Al cumplir los dieciséis años, cada joven debe elegir una facción en la que pasará el resto de su vida. Beatrice Prior, la protagonista, es nacida en Abnegación. Después de que su prueba de aptitud saliera inconclusa, elige Osadía. Allí, descubre que es divergente, una serie de personas con aptitudes para más de una facción y son especiales. Allí conoce a Cuatro, un chico de Osadía que es su instructor en el periodo de pruebas.

Es una saga interesante, y me ha gustado. De un uno al diez le doy un ocho. Le doy esta puntuación porque no entiendo ese afán suicida de Beatrice, la protagonista y esas ganas de hacer sufrir más a Cuatro. Me parece que la historia podría haber tomado un rumbo distinto y que podría haber terminado mejor. Fue completamente inesperado y eso está bien, en cambio, me parece repetitivo el instinto suicida y del deber de los personajes.

Aún así la historia es muy interesante y está bastante bien organizada. Me ha gustado, y recomiendo leerlo.

martes, 15 de julio de 2014

Un amor entre dos ángeles (completo 2)

En esta entrada, voy a publicar todo lo publicado en el blog para que lo podáis leer, ya que me habéis comentado que debería facilitar la lectura de Un amor entre dos ángeles. Atendiendo a esta verdad, os publico todo lo publicado en el blog, los 26 fragmentos. 
Este relato, trata de un amor prohibido entre dos ángeles. Un ángel de luz y uno de oscuridad. Los ángeles de luz, viven en el Cielo y su misión es acabar y ahuyentar los demonios que hay en la Tierra. Para impedirlo, existen los ángeles oscuros. Ellos, tratan por todos los medios de que los ángeles de luz se pasen al lado oscuro. Estos ángeles, viven en el Infierno y son todo lo contrario a los ángeles de luz. Los ángeles de luz están ataviados de una túnica blanca en los ángeles y una camisa y pantalones blancos en los ángeles varones. También tienen alas blancas, con un leve resplandor blanquecino. Los ángeles oscuros en cambio, llevan pantalones y camisas negras y vestidos negros. Sus alas son más grandes que las de los ángeles de luz y sus plumas son completamente negras. Su actividad es más nocturna, puesto que les gustan las sombras. En cambio, también pueden salir durante el día, lo que los diferencia de los demonios, que la luz del sol les quema. 

Ahora que ya sabemos un poco de la historia, podemos comenzar:

Tenía seis años cuando morí en un accidente de tráfico en el que íbamos mi padre y yo. Mi padre resultó ileso pero yo no. Yo me morí. Recuerdo que era raro. Lo veía todo como si aún estuviera ahí. Vi  a mi padre salir corriendo del coche y entrar a la parte trasera donde estaba yo. Lo vi cogerme en brazos llevarme al arcén de la carretera, arrodillarse y gritar al cielo, llorando. Recuerdo que fui con él y que intenté cogerle la mano pero que no pude ya que lo atravesaba. Recuerdo haber visto mi cuerpo con una herida sangrante en la cabeza. Intenté recordar cómo me la había hecho pero no lo conseguía. Aún sigo sin recordarlo. Recuerdo a mi padre hablando por teléfono llorando y suplicando que se dieran prisa a los equipos de emergencia. Recuerdo que mi padre se tumbó encima de mi cuerpo sollozando muy fuerte. Recuerdo que cuando llegaron los equipos de emergencia estuvieron mucho rato masajeándome el pecho. Yo no entendía el porqué. Recuerdo a los médicos, hablando con mi padre con un semblante triste en el rostro. Recuerdo a un médico abrazando a mi padre, que seguía llorando. Recuerdo al otro médico cubriendo mi cuerpo. Y entonces sucedió. Vi una luz muy intensa de la que salió un hombre. Nunca había visto un hombre así. Pensé que era hermoso. Iba de blanco y brillaba levemente. De su espalda nacían dos alas blancas. El hombre me habló:
-Niña, ¿Cuál es tu nombre? 
Recuerdo que tenía una voz cálida y agradable.
-Me llamo Clara. 
-Bien Clara, creo que entiendes que acabas de fallecer.
-Quiero volver. Con mi padre.
El hombre, frunció el ceño miró a ambos lados y negó con la cabeza.
-Eso no va a ser posible pequeña. Acabas de fallecer y tienes que venir conmigo antes de que vengan Los Otros.
-¿Los otros?- Pregunté extrañada.
- Te lo voy a explicar todo. Pero para eso tienes que venir conmigo.
Me tendió la mano. Me seguía pareciendo un hombre cálido así que se la tomé. Además tenía seis años y no entendía nada pero recuerdo que me asustaba la idea de quedarme y comprobar quiénes eran Los Otros. Me guió hasta el haz de luz. Recuerdo que no pude evitar volver la vista atrás. Ante la estampa que estaba ante mí todo ocurría como si el hombre con alas y yo no estuviésemos ahí. Creo que en cierta medida me pareció normal. Mi padre estaba sentado en la parte trasera de la ambulancia, con una manta rodeándole por los hombros y uno de los médicos sentado junto a él, reconfortándole. Recuerdo que se me hizo un nudo en la garganta pero noté el tirón del brazo del hombre, insistiendo y crucé.
Sin saber cómo, me vi en un lugar como de otro mundo. El suelo y el techo eran de nube y las paredes blancas. Era todo blanco. Había gente vestida igual que el hombre y también tenían alas. Seguía agarrada de la mano de aquel hombre. Me condujo, pasando por delante de todos por un pasillo, había puertas a derecha e izquierda también blancas. Entramos en uno de los cuartos. Todo era blanco. Empezaba a acostumbrarme.
Entonces, el hombre se dio la vuelta me tomó en brazos y me sentó en una cama blanca. Se dirigió al armario. En el colgador había varias túnicas blancas. Cogió una y me la dio. Se dio la vuelta y me dijo:
-Póntela.
Sin saber muy bien porque, me la puse. La seda era suave y estaba muy limpia. Cuando hube acabado, el hombre se dio la vuelta, me miró de arriba abajo y asintió. Me tendió unas sandalias blancas con una hebilla plateada. Me las puse y comenzó a hablar:
-Bien, Clara. Ahora estás en el Cielo. Aquí, solo vas a encontrar ángeles de luz. Cuando morimos, se nos presenta la oportunidad de elegir entre luz y oscuridad. Normalmente aparecen ambas a la vez. Hoy no ha sido así. Los ángeles de luz hemos llegado antes. Los Otros, son los ángeles de oscuridad. Viven en el Infierno y todo en su mundo es negro. Son lo contrario a nosotros. Al cumplir 16 años, los ángeles de luz pueden viajar al plano terrestre para matar y ahuyentar  demonios que habitan en la Tierra. Los ángeles oscuros, intentan persuadirnos para que nos pasemos al lado oscuro y pertenezcamos al Infierno. Hasta ahí, ¿Lo entiendes?

Me quedé un rato callada. Tenía que asimilarlo todo. Entonces, le pregunte:

-Entiendo todo pero… ¿Yo por qué no tengo alas como tú y los demás?
El hombre sonrió.
-Conseguirás tus alas cuando cumplas los 10 años. Hasta entonces, estudiarás para aprenderlo todo.
Durante los cuatro años siguientes, estudié cómo matar demonios, cuándo hay que salir, cuáles son los peligros para un ángel, historias, lo que es verdad y lo que son leyendas humanas, etc.
El día en el que cumplí los diez años, estaba muy nerviosa. Salí y me reuní con Bernardo, que así se llamaba el hombre que cuatro años antes me había recogido del accidente en el que fallecí. Durante esos cuatro años, Bernardo nunca me ha dejado sola. Me ha estado enseñando todo. Bernardo ya ha alcanzado la inmortalidad. Los ángeles, a la edad de cincuenta años, dejan de crecer y cambiar y se mantienen en ese espacio por toda la eternidad. Es cuando los ángeles ya lo saben todo o casi todo sobre el Cielo. Es como alcanzar la edad adulta.
Aquel día, Bernardo y yo fuimos al Gran Salón. Estaba lleno de ángeles como siempre sucedía cuando había un Ascenso. El Gran Ángel estaba en el estrado. El Gran Ángel era un ángel más anciano que los demás. Algunos lo llamaban el Arcángel, pero nunca en su presencia. Bernardo me contó, que es uno de los primeros ángeles. Vive en un piso superior junto al resto de Arcángeles, pero él es el único que baja de piso ya que es el encargado de los ángeles de luz.
Avancé por el pasillo que habían hecho los ángeles, colocados a ambos lados del salón. Notaba todas las miradas puestas en mí. Estaba muy nerviosa. Me volví para mirar a Bernardo y descubrí que no estaba allí. Lo busqué con la mirada y lo encontré en la primera fila. Me dio seguridad y continué avanzando. Subí los tres peldaños del estrado y miré al Gran Ángel. Llevaba túnica como las mujeres, pero ésta era especial: Era más larga, acababa en una especie de O y tenía bordados de un oro resplandeciente. Sus alas eran las más grandes y resplandecientes que yo jamás hubiera visto. Tenía un pelo blanco y canoso y una espesa barba que le cubría parte del pecho. Tenía un aspecto rudo. Pero aún así, aquel ángel brillaba más que cualquier otro.
Me hizo un gesto para que me arrodillase y yo lo hice. Me tocó los hombros y me giró hasta que me quedase mirando hacia el público. Miré a Bernardo para no mirar a toda la gente que me estaba observando. Noté de nuevo las manos del Gran Ángel. No sólo notabas su tacto. Si no que, allí donde me tocaba, notaba una especie de calidez. Esta vez sus manos estaban sobre mi espalda. Me cogió una especie de pellizco y no pude evitar arquearme. Entonces me desconcerté. Seguía notando sus manos, pero las notaba lejos de mi espalda. De pronto, dejé de notarlas. Miré hacia arriba y vi que el Gran Ángel había extendido los brazos como para abrazar a alguien. Inmediatamente, todos los ángeles de la sala empezaron a aplaudir. El Gran Ángel me ordenó que me pusiera en pie y así lo hice. Los aplausos se hicieron más fuertes. Busqué a Bernardo y vi que sonreía abiertamente y aplaudía.
Notaba algo extraño en la espalda. Como una presencia. Me di la vuelta y las vi: Dos alas blancas con plumas. Eran pequeñas y redondeadas y las plumas delgadas y largas. Las toqué. Su tacto era suave y me hacía cosquillas. No en los dedos. Si no en las alas. Las notaba como si fueran parte de mí, como si fueran brazos. ``Son parte de mí´´ pensé.
Algunos ángeles empezaron a marcharse. Bajé del estrado y fui junto a Bernardo.
-Son suaves. Y las noto extrañas.
El sonrió.
-Sólo al principio, luego te acostumbras y ya ni las notas.
Sonreí. Fuimos al cuarto de Bernardo que era como mi colegio particular. Ese día, estuvimos estudiando el vuelo. Me resultó mucho más divertido que la teoría. Recuerdo su rostro de felicidad y algo más: Orgullo. Bernardo estaba orgulloso de mí.
Desperté. En el Cielo no existía ni día ni noche pero mi cuerpo se adaptó perfectamente y simplemente sabía cuando tenía que acostarme y cuando levantarme. Ese día, era especial para mí. Era mi cumpleaños. Y no solo eso. Era mi decimosexto cumpleaños. Lo que significaba que por fin podría ir a la Tierra desde mi muerte. Sonreí. Qué lejano me parecía aquello. A veces me gustaba soñar con esos acontecimientos. Me estiré. Desplegué las alas. Posiblemente no lo sepáis, pero si no despliegas y estiras las alas por la mañana luego se te agarrotan y cuesta moverlas.
Fui a buscar a Bernardo. Aquella era mi rutina de las mañanas. Levantarme, estirarme, ir a buscar a Bernardo y a entrenar. Los ángeles tampoco comemos. Como mucho, alguna vez bebemos un líquido que se parece al agua pero que se llama Di Potum, que significa: ‘Bebida de los Dioses’ en latín. Es una bebida que tiene todas las características del agua pero que sólo la beben los ángeles. Bernardo me dijo una vez, que se creía que fortalecían a los ángeles.
Abrí la puerta de mi habitación y me encontré a Bernardo en el umbral, sonreía y tenía las manos en la espalda. Le sonreí. Siempre me alegraba de ver a Bernardo. Siempre había estado cuidándome, tenía algo… Paternal, y desde siempre he tenido la sensación de que lo conocía de algo. Me eché hacia atrás y volví a entrar en la habitación. Bernardo entró detrás de mí cerró la puerta.
De una de sus manos sacó un paquetito blanco, con un lazo plateado que cerraba la cajita. Me lo tendió. Lo cogí, entre sorprendida y contenta. Nunca antes me habían hecho un regalo de cumpleaños desde que estaba en el Cielo. Allí, no eran muy importantes los cumpleaños. Sólo el décimo y el decimosexto tenían alguna importancia. Deshice el lazo, y abrí la cajita. Dentro, rodeada de terciopelo blanco, había una pulsera.
La pulsera, como no, era blanca. Era una especie de tubo doblado en un círculo perfecto. Tenía un cierre de plata. Me encantó desde el primer momento. Me la puse. Alcé la mano para que Bernardo la viera. Sonrió.
-Esta pulsera, es mágica, cuando estés en la Tierra matando demonios, te avisará cuando haya uno cerca. Es útil, la verdad, pensé que hoy podrías necesi….
Le abracé. No pude evitarlo. Le tenía mucho cariño. Era como mi ‘padre’ en el Cielo, había estado cuidándome y enseñándome todo desde que morí.
-Venga, venga. –Dijo, separándome. Lo hizo con delicadeza y sonreía con cariño. –No nos pongamos cursis, hoy es el gran día, por fin irás a la Tierra. Vamos.
Y fuimos a un salón en el que Bernardo me ha estado enseñando todo desde hacía tantos años.
-Recuerda que no puedes ir a ver a tu padre. Aunque tengas muchas ganas. También has de recordar todas las formas de matar demonios. Si la pulsera vibra, significa que hay demonios cerca. No te adentres en lugares oscuros tú sola. Si vibra y no ves nada, alza el vuelo para evitar que estén detrás de ti. Y… Y ten cuidado. No me gustaría que te pasase nada. Ya sabes que los mentores no podemos ir en la primera noche.
Sonreí.
-Tranquilo, sólo me lo has repetido unas… ¿80000 veces?
El, me devolvió la sonrisa. Continuamos repasando lecciones para la gran noche que me aguardaba. Cuando por fin llegó el momento, me entró el miedo y la preocupación se apoderó de mí.
Varias preguntas daban vueltas en mi cabeza. ¿Y si yo no valía para espantar demonios? ¿Y si moría esa noche? Ya no habría vuelta atrás, iría al Paraíso. Bernardo me habló de ello una vez. Los ángeles que mueren ya no pueden ir al Cielo así que van al Paraíso. ¿Y si un ángel oscuro, me llevaba al Infierno?
Bernardo, debió de sentir mi preocupación porque me dijo:
-Tranquila, lo harás bien. Y ahora ve, ya hay algunos ángeles junto al guardián.
El guardián, era el que vigilaba la entrada y la salida de ángeles al Cielo. Cuando llegué, atravesamos esa entrada.
Fui a dirigirme hacia allí cuando oí la voz de Bernardo detrás de mí:
-Y Clara… Recuerda que estoy orgulloso de ti.
Le abracé. Bernardo era todo para mí en aquella vida de ángeles. Mi padre no murió aquel día como yo, así que él todavía estaba en la Tierra hasta que le llegase la hora. Allí en el Cielo, todos son muy buenos, pero tampoco es que se abran mucho a la gente, la verdad. Sólo Bernardo ha estado a mi lado todo este tiempo.
Me dirigí hacia el guardián, quien me saludó con un gesto de cabeza. Observé el portal, que era como un agujero en el suelo. Se veía a través de él. Veía que era de noche. Los altos edificios, eran bastante altos pero nunca serán lo bastante altos para llegar al Cielo. Todas las luces estaban encendidas. Los coches pasaban rápido y se veían pequeñísimos comparados con los edificios. Un chico cerca de mí comentó que era invierno. De pronto, sentí una punzada de añoranza. Por todo lo que perdí aquel día. Cuando pensaba en la Tierra, la recordaba como si aún fuese una niña. Recuerdo la ilusión cuando llegaba el invierno y nevaba. Las ganas de salir a la nieve. Mi constante insistencia para que mi padre me llevase al parque para hacer un muñeco. La Navidad. Los regalos, el árbol, el Belén…. Todo. Se me subió un nudo a la garganta.
-Es la hora –Anunció el guardián con su voz grave y sonora.
Inspiré hondo. Había perdido mucho pero, también había ganado. Y ahora tenía que pensar en que, en ese mundo mágico que son los ángeles, me estaba convirtiendo en adulta esa noche. Tenía que ahuyentar demonios para que no atacasen a humanos.
Di un paso, y me dejé caer. Noté una fuerte impresión, que me recordó a cuando caes de una montaña rusa. El vacío en el estómago. Luego, noté aire a mí alrededor. Caía muy deprisa. Saboreé la experiencia, y, cuando vi que el suelo ya se acercaba, extendí mis alas. Paré inmediatamente. Me quedé planeando en el aire. Fui descendiendo poco a poco hasta que mis pies tocaron la acera. Replegué las alas.
Los humanos caminaban a mi lado sin darse cuenta. Claro. Pensé. Los ángeles, demonios y ángeles oscuros son invisibles para el ojo humano. Cuando un demonio atacaba a un humano para alimentarse, el hombre o mujer muere sin saber quién o qué lo ha atacado. También recordé de las lecciones de Bernardo, que estos humanos van directamente al Infierno y depende de quiénes hayan sido, se convierten en demonios o en ángeles oscuros. Sentí lástima por ellos. Pero luego recordé que era por eso por lo que yo estaba hoy allí. Para intentar evitar que los demonios vuelvan al Infierno con el estómago vacío. Éramos seis ángeles contándome a mí. Fuimos caminando para no gastar energía, por si más tarde teníamos que usar las alas.
Estaba un tanto nerviosa. Pero no iba a dejar que aquello me afectase. Estaba alerta y con el oído bien abierto. Además, tenía la pulsera de Bernardo. La toqué. Su tacto era frío, pero me reconfortó un poco. Me tranquilizó. Seguíamos caminando. Los otros ángeles también estaban en alerta. Miraban a derecha e izquierda buscando cualquier indicio de que pudiera haber demonios cerca.  
Estaba un poco atrasada del resto, cuando de pronto, mi pulsera comenzó a vibrar. Dirigí mi mirada hacia un callejón cercano. Me encaminé hacia allí y noté que mi pulsera se volvía loca. Vibraba muy fuerte. En silencio, llamé al resto de ángeles. Ahí había demonios. Me apostaba las plumas de las alas. Los demás hicieron un círculo a mí alrededor. El mayor, creo que tenía 18 años, se encaminó hacia el interior del callejón. Lo perdí un momento de vista, allí donde las farolas ya no llegaban. Retrocedió hasta el punto en el que podíamos verle, y nos indicó que le siguiéramos. Nos empezamos a adentrar en el callejón despacio, siempre cautelosos. No se veía casi nada. Me pareció ver que algo se movía entre las sombras, pero no quise preocupar a mis compañeros. Sinceramente, tenía miedo. Más bien estaba aterrada. Pero no podía dejarme llevar por el pánico. ``Los demonios huelen el miedo, y se alimentan de eso´´ recordé. Me obligué a respirar hondo y pegarme a los compañeros de al lado.
El mayor iba un poco por delante. Observé que mis compañeros, andaban lentamente, deteniéndose a menudo, mirando por todos lados buscando cualquier indicio de movimiento. Los imité. Volví a notar que algo se movía. Pero era extraño. No se movía avanzando, si no hacía arriba. Miré hacia la azotea y vi una silueta. Estaba muy oscuro y se veía negra pero diferencie algo claro: tenía alas. Solté todo el aire. Ni siquiera me había dado cuenta de que contenía la respiración. Sería uno de los nuestros, que había volado hasta la azotea para ver mejor el callejón. La silueta estaba agazapada, con las piernas un poco separadas y los brazos apollados en el borde. Pensé que era igual que una rana. Tenía las alas extendidas. A pesar de la oscuridad, vi que las sus alas eran mucho más grandes que las mías.
De pronto, un grito rompió la noche. Bajé rápidamente la vista del tejado y dirigí la vista al frente. Me di cuenta que me había quedado parada y que los demás habían avanzado mucho más que yo. No veía a nadie. Salí corriendo en dirección al chillido. Había un pequeño faro que iluminaba el fondo del callejón. Me quedé parada al ver lo que sucedía.
Mis compañeros, estaban peleando contra varios demonios. Algunos de los otros ángeles, estaban en el suelo, luchando por mantener a raya las fauces de los demonios. Detrás de aquella escena, había dos demonios frente a un ángel tumbado que no se movía. Reconocí al chico más mayor, el que se había adentrado antes que el resto. Los demonios tenían las fauces inclinadas hacia su estómago, del que se veía un líquido plateado brillante. ``Sangre´´ pensé horrorizada. Estaba muerto. Los demás, se batían para no correr el mismo destino que nuestro camarada. Conté ocho demonios y cuatro ángeles peleando. Dos de los demonios estaban ocupados con el ángel muerto, pero aún así estábamos en clara desventaja. Y eso no era todo: los ángeles que estaban peleando, eran principiantes.
No sabía que hacer, pero tomé la decisión más rápida. Era un ángel de luz y no había ido esa noche a ver morir a mis compañeros y asustarme en un rincón. Ya era hora de que actuara como tal. Desplegué las alas, pegué un salto y me abalancé contra un demonio que estaba a punto de morder a uno de mis compañeros. Caí agarrando al demonio por el costado y por la fuerza con la que lo había empujado se empotró contra la pared del callejón. El demonio emitió un gruñido de dolor. Me puse en pie, viendo al demonio tumbado y sonreí satisfecha.
Sin embargo, los demonios eran fuertes. El demonio que había tumbado, ya se estaba poniendo en pie y observé, que los dos demonios que se estaban alimentando de mi compañero volvían la vista hacia donde estaba yo. Retrocedí un par de pasos mientras el primer demonio se sacudía y comenzaba a gruñir mostrando una no pequeña boca babeante llena de una fila de dientes y colmillos. Como haciendo coro, los otros dos lo imitaron. Contemplé que los otros dos demonios, además de babas, goteaban la sangre de mi compañero fallecido. Ver la plateada sangre y detrás mi compañero, me enfureció. Noté que me enfadaba más y más y que mi cuerpo se iba calentando. Mis alas se desplegaron, haciéndome ver más grande de lo que era. Uno de los demonios, saltó hacia mí y me derribó. Su boca abierta fue a morder, y coloqué las manos a ambos lados de la mandíbula en un intento desesperado de que no me mordiera. Por el momento funcionaba. Pero estaba presa del pánico. Estaba cegada por el miedo, no sabía que hacer.
Entonces, replegué mis piernas, y las impulsé hacia arriba empujando al demonio. Este calló al suelo con un ruido seco. Me incorporé, quedándome sentada, y vi que otros dos de los míos habían caído y un solo demonio parecía estar muerto.
De seis ángeles que habíamos ido, sólo tres aún continuábamos con vida, y a duras penas. Los demonios estaban acorralando a mis compañeros, y uno de los dos demonios que tenía delante saltó hacia mí.
De pronto, una sombra negra calló del cielo, evitando que el demonio llegase hasta mí. Yo estaba encogida, como si así fuera a protegerme de las fuertes fauces del demonio. Aparté las manos de la cabeza, y vi que el demonio que se había avalanzado yacía ahora muerto a los pies de la sombra que había caído. Dirigí la vista hacia la criatura que me había salvado la vida y no me lo podía creer.
Tenía las botas negras y altas, unos pantalones relucientes negros y no llevaba camiseta. Estaba de espaldas y de ella salían dos enormes alas con plumas largas y negras como la noche. Su pelo, lo llevaba corto y también era negro. Un ángel oscuro.
Miré hacia donde deberían estar mis compañeros y vi que no estaban. Y los demonios tampoco. Sólo había dos cadáveres de ángeles y uno de demonio. Cerca de la pared también estaba el cadáver del mayor y del demonio que el ángel oscuro había matado. Ni rastro de los otros dos.
Estaba bastante extrañada, cuando de pronto oí la voz del ángel oscuro hablándome:
- Los demonios han huido al matar yo ese. Tus compañeros ya se habían marchado.
Miré hacia el, y vi que me miraba. Sus ojos, eran grises y me miraban intensamente. Nunca antes había visto unos ojos de se color. Me miraba con intensidad, pero también con… ¿Curiosidad?
Me di cuenta de que yo estaba en el suelo y me incorporé. Estiré las alas, pero no las replegué. Había algo que me decía que no debía repregarlas, que así parecería más grande, más… Amenazante. Aún así contemplé que era mucho más baja que él y mis alas eran, por lo menos, el doble de pequeñas. Dudaba que incluso las alas de Bernardo fueran más grandes. Bernardo. Si los otros ángeles (o los que quedaban) habían vuelto al Cielo, dejándome allí, Bernardo se pondría en lo peor. Estaría muy preocupado.
-Bernardo –Susurré.
-¿Qué? –Preguntó el otro ángel. Su semblante ahora era de extrañeza.
No le contesté. En lugar de eso, me di la vuelta y emprendí el vuelo. Estaba confusa. Aquel ángel oscuro no había hecho nada malo. No había intentado llevarme a al Infierno, ni matarme. Al contrario me había salvado la vida. Vi un rascacielos y decidí posarme allí un momento. Una vez aterricé y replegué las alas, miré hacia la calle. Era muy bonita la ciudad. Miré hacia el callejón, pero sólo se veía la zona iluminada por la farola y un poco de zona sin luz. La gente pasaba como si nada, sin dirigir la mirada hacia allí siquiera. De pronto oí un sonido detrás de mí. Fue como un aleteo. Me di la vuelta y allí estaba él.
-Te has ido muy rápido. –Dijo el ángel oscuro.
Me quedé callada. No confiaba en él, aunque me hubiera salvado la vida. Aún así, esta vez no desplegué mis alas. Él también las tenía replegadas. Me limité a observarlo. Era delgado, aunque se le marcaban bien los abdominales y en los brazos se apreciaba el músculo. Debía de ser muy fuerte, pensé. Ahora, no parecía tan grande como antes, sin embargo era más alto que yo. Las alas le llegaban hasta un poco más debajo de la cadera, mientras que a mí sólo me llegaban por la zona lumbar. Tenía una figura que a mí me parecía un tanto amenazadora. Se cruzó de brazos, al parecer, esperaba una respuesta.
-Tengo que volver. –Fue lo único que dije.
Encaró las cejas y se cruzó de brazos tras un silencio un tanto tenso que  reinaba en el ambiente hasta que él repuso:
-Como quieras, estoy seguro que nos veremos otra vez. –Desplegó las alas y tras una pausa añadió- Por cierto, mi nombre es Axel.
-Clara. –Susurré.
Axel sonrió y acto seguido, levantó el vuelo. Me quedé mirándolo como descendía en picado y se alejaba volando casi a ras del suelo, esquivando coches y a la gente.
Cuando lo perdí de vista, desplegué mis alas, y empecé a volar hacia arriba. Cuando los ángeles de la luz tienen que regresar, lo único que tienen que hacer es volar hacia arriba hasta cruzar el límite del Cielo con la Tierra o mantener un portal abierto hasta el regreso. Esta segunda opción es bastante arriesgada, por que si dejas un portal abierto, cualquiera puede entrar.
Mientras volaba, recordaba todo lo que había sucedido aquella noche. Y la intervención de Axel. Gracias a él, volvería a ver a Bernardo.
El viento me sacudía en la cara mientras ascendía y cada vez era más frío. Como siempre llevaba el vestidito de tirantes… ¿Por qué los ángeles no se ponían jerseys blancos de vez en cuando? De pronto noté una especie de vibración por todo mi cuerpo y vi una luz blanca. ¡El portal! Pensé yo, contenta. Bajé la velocidad y pronto me vi rodeada de la luz blanca y cegadora del portal. Cerré los ojos para protegerme de la luz y cuando los abrí, me hallaba en el salón del Cielo. Cuando me vio el guardián, abrió mucho los ojos y exclamó:
-¡Clara!
Yo le sonreí, pero él no me devolvió la sonrisa.
-Bernardo está muy preocupado. Piensa que no volverá a verte. Está en su cuarto. Ve.
Noté que mi sonrisa se moría en mis labios. Me dirigí corriendo al cuarto de Bernardo, en el que me lo encontré sentado encima de la cama. Tenía lágrimas en la cara y aparentaba muchos más años. Tenía marcas en la cara y ojeras. Me preocupé de inmediato. Avancé por la habitación y me acuclillé ante él. Bernardo levantó la vista y me miró a los ojos. Sentí una punzada de culpabilidad. Tendría que haber venido en cuanto Axel mató el demonio. Le tomé la cara entre las manos y le dije:
-Bernardo. Bernardo, soy  yo. Clara. Estoy bien Bernardo, tranquilo. Ya he vuelto. –Bernardo tenía el mismo rostro inescrutable y seguía mirándome a los ojos. –Ya he vuelto. –Repetí en un susurro.
Pareció que algo se quebraba en los ojos de Bernardo, como una cortina que se cae.
-Clara. –Susurró y me abrazó.
Le devolví el abrazo y poco a poco Bernardo subió una mano y me acariciaba el pelo. Nos pasamos así un rato y cuando me di cuenta, las lágrimas caían por nuestros rostros. Bernardo parecía estar mejor. Me preguntó qué es lo que había pasado y por qué no había vuelto con los otros dos ángeles supervivientes. Le conté la historia, pero, no sé por qué eliminé la escena del tejado. Tampoco es que hubiera pasado nada. Cuando hube acabado, Bernardo, ya más sereno, me habló con un punto de preocupación y culpa en la voz.
-Debería haber ido, o… Maldita sea, ¡Esos otros son unos cobardes! Deberían haberte protegido. Lo importante es que estás bien y que ese oscuro no te ha hecho nada. Puede que me equivocara y que no estuvieras preparada aún para salir a la Tierra. Entrenaremos más y, cuando estés lista y lo considere oportuno, podrás volver a intentarlo.
Me quedé sorprendida de lo que dijo.
-Bernardo ¡No me ha pasado nada! Podré volver a entrenar, pero nada nos prepara para la realidad. –Repliqué. –Los demonios son muy fuertes, pero una vez comienza la pelea sé exactamente lo que tengo que hacer. No puedes retenerme aquí todo el tiempo, solamente porque corra riesgos. Todo el mundo los corre.
Bernardo me miró con seriedad y dijo:
-No hay discusión. Soy tu mentor y tienes que hacer lo que diga. Mañana volveremos a entrenar.
Salí de la habitación y cerré la puerta un pelín tirando a fuerte. Estaba furiosa, ¿Por qué sería tan protector? Me dirigí al salón. No tenía sueño. Sólo estaban allí el guardián y Martin, sentado en un sillón blanco junto al sofá. Martin era joven, no llegaría a los treinta, y si así era no los aparentaba. Martin y yo nos llevamos bien, de hecho, me contó una vez que Bernardo había sido su mentor.
Martin me sonrió, pero yo no le sonreí, me limité a mirarlo y me senté en el sofá. Cogí un libro titulado ``Leyendas y realidades del Cielo e Infierno´´. Estaba leyendo cuando oí la voz de Martin hablándome.
-¿Qué ocurre Clara? ¿Has hablado ya con Bernardo? Estoy enterado de lo de… -Hizo una pausa, parecía dudar. –De tu visita de hoy a la Tierra.  –Concluyó.
Levanté la vista del libro y lo miré. No tenía ganas de hablar, pero Martin nunca me había hablado mal.
-No pasa nada. Y ya he hablado con Bernardo. Y no sé por qué tanta preocupación por mi visita de hoy, ¡No ha pasado nada!
Debí decirlo demasiado tajante, porque Martin encaró las cejas y levantó las manos.
-Eh, eh. Yo no he dicho nada malo, sólo es que te veo mal. Puedes contarme lo que ha pasado.
Suspiré. Martin tenía razón, no podía pagar con él mi enfado. Me relajé y le dije:
-He discutido con Bernardo. Por primera vez desde que estoy aquí, he discutido con él.
Martin parecía sorprendido.
-¿Con Bernardo? Pero… ¿Bernardo estaba enfadado?
-No… No exactamente. Bueno, no lo sé. Yo al menos si estaba enfadada con él… Bueno… Lo estoy. Estoy confusa. Bernardo me ha dicho que no puedo volver a la Tierra hasta que él lo considere oportuno. Dice que no estoy preparada.
Martin se quedó callado, como reflexionando sobre lo que le acababa de contar. Se cogió de las manos y bajó la vista. Me quedé a la espera de algo. Cualquier reacción. Después de un momento, Martin levantó la vista y comenzó a hablar.
-No puedes enfadarte con él por eso Clara. Bernardo te quiere, y estaba muy preocupado por ti. Cuando vio a los dos ángeles y vio que tú no venías, fue muy duro para él. Tenías que haber visto su cara cuando preguntó por ti. Verás, estábamos todos esperando en el salón y bromeábamos. Ni nos imaginamos que iba a suceder una cosa así. Cuando el guardián percibió la presencia de que iban a aparecer ángeles, nos arrimamos al portal, pero sólo aparecieron dos de los seis que habíais ido. Los dos mentores estaban aliviados, pero todos mirábamos a Bernardo. Bueno, al menos los que lo conocemos. Los dos ángeles le dijeron: ‘Lo sentimos Bernardo. Pero Clara… Se ha quedado atrás.’ Su sonrisa fue muriendo lentamente en sus labios, Clara. Pensaba que habías muerto. Para él fue un golpe durísimo.
Martin levantó la vista para mirarme y me encontró llorando. No sabía que hubiese preocupado tanto a Bernardo. No era mi intención. Y encima había discutido con él. Martin debió de leer mi rostro porque se cambió del sillón al sofá donde estaba y me abrazó acariciándome el pelo, justo como había hecho Bernardo hace un momento.
-No sabía… Bernardo… Por mi culpa… -Sollocé como una cría.
-Shhhh…. No lo sabías, pero Bernardo se preocupa mucho. Conmigo también lo hacía.
Cuando terminé de llorar y me serené, le pregunté a Martin:
-Hay una cosa que me ha llamado la atención… Cuando sólo llegaron dos ángeles, me has dicho que todos mirabais a Bernardo, sin embargo habíamos ido seis personas. Vale que el mayor no tenia mentor, ya era mayor para eso pero los otros cinco si teníamos. ¿Por qué sólo mirabais a Bernardo? Entre ellos, tú mismo Martin acabas de perder a tu ángel. ¿No?

El rostro de Martin se ensombreció durante un instante, pero a mí no me pasó desapercibido.
-Sí, acabo de perder a mi ángel… -Comenzó él. Se le veía nervioso, incómodo. –Pero, Bernardo… -Una nueva pausa, que sólo sirvió para que me pusiera más nerviosa. –Cuando Bernardo falleció, su esposa, Lucía, ya estaba aquí. Por fin se reunieron, y eran un equipo infalible. Eran la mejor pareja de ángeles que se había visto por aquí. Pero un día, cuando fueron a la Tierra, estaban varios ángeles luchando cuando aparecieron dos ángeles oscuros. Intentaron llevarse a dos jóvenes muchachas, pero Bernardo intervino. Se iba a lanzar contra el primer ángel, cuando un demonio bastante grande saltó hacia él con las fauces bien abiertas. Bernardo, ajeno a lo que sucedía logró llegar hasta el ángel oscuro y liberar a una de las muchachas. El otro huyó con la segunda y junto a los demonios pero… Algo no iba bien. Elena, se había puesto en medio cuando el demonio saltó para alcanzar a Bernardo y ella fue quien recibió el mordisco. Me contaron que, cuando Bernardo se arrodilló junto a ella, ella exhaló su último aliento diciéndole a Bernardo cuánto le quería y lo feliz que había sido a su lado tanto en la Tierra como en el Cielo. Y luego se fue. La vida de sus ojos se apagó y dejó a Bernardo solo, llorando y con las manos hasta las muñecas manchadas de la sangre plateada de su mujer.
Martin cogió aire y me miró a los ojos. Por segunda vez en poco rato, estaba llorando a lágrima viva. Martin sonrió con una sonrisa triste y me dijo que me marchara a la cama. Lo hice. Pero ya sabía exactamente lo que tenía que hacer al día siguiente.
                                      ***
Estaba tumbado en la cama, mirando al techo negro. No dejaba de pensar en lo que había sucedido hoy. El susurro del ángel de luz diciendo su nombre resonaba en mi cabeza. Clara. La recordaba a la perfección. La veía tan frágil. Tan pequeña comparada conmigo. Sus alas eran mucho más pequeñas y sus plumas, más cortas. Sonreí, al pensar que yo una vez también fui así. No tan bajo como ella claro, pero con plumas blancas y siendo tan bueno con todo el mundo. Sabía que no tenía que haberla salvado. Habría sido tan fácil traérmela al Infierno. Más aún después de que me viera agazapado en el tejado. Podría haber dado la voz de alerta y tendría que haber intervenido antes. Y ella no lo hizo. No sabía sus motivos, pero no lo hizo. Eso sólo consiguió que me interesara más por ella. ¿Por qué no habría dado la voz de alarma? Para mí, todo un misterio. Tendría que haberla traído. No paraba de repetírmelo allí tumbado, en mi habitación, desde que había llegado. Y aún así no he sido capaz de hacer una cosa tan simple como cumplir mi cometido. No después de lo que me hizo mi propio padre. No era capaz. Hay cosas que cambian cuando llegas al Infierno, pero no los recuerdos. No puedo olvidar la traición que sentí a manos de mi propio padre. Me pregunté si Clara tendría familiares en el Cielo.
Menos mal que los demonios no hablaban, porque si no estaría metido en un buen lío. Me hizo gracia la repugnancia en sus ojos cuando regresé después de haber matado a uno de sus hermanos y puesto a salvo a un ángel contrario a mí. Una carcajada amarga salió por mi garganta al volver a recordarlo. Al final me dormí. Con el recuerdo de mi padre. Pero no fue ése el recuerdo con el que me dejé llevar a los brazos de sueño, si no con el de Clara. La pequeña ángel apareció en el último segundo con sus alas extendidas, desconfiando. Con esa imagen me dormí.
                                               ***
Aquel día me levanté más pronto de lo normal. Logré vencer al sueño y al cansancio de ayer, más la cerradura que parecía tener mis ojos, que me decían cerrados que aún no era hora de abrirse.
Fui derecha a la habitación de Bernardo. Entre silenciosamente y me senté en la silla del blanco escritorio. Me senté allí y contemplé a Bernardo dormir.
Su rostro estaba en quietud, salvo los ojos que a veces se movían ligeramente. Creo que estaba soñando. Me pregunté con qué soñaría. Una imagen de Bernardo llorando por la muerte de su esposa Lucía se me pasó por la cabeza y nuevamente sentí una punzada de culpabilidad. Aún se apreciaban las bolsas de debajo de sus ojos. Bernardo estaba tranquilo, sereno como casi siempre. Una oleada de cariño se extendió por todo mi pecho. En ese momento me di cuenta de cuánto quería a Bernardo, y las pocas veces que se lo había dicho. Me dije a mí misma que tenía que decírselo más a menudo. Para mí lo era todo en el Cielo, todos esos años cuidándome y enseñándome.
Mi mente divagó por todos mis recuerdos. Entre ellos el de mi muerte.  Antes me afectaba mucho, pero ahora lo veía como un suceso más. Apenas tenía importancia ya para mí. Claro que es una cosa que no se puede cambiar, y para los humanos es un suceso terrible y enorme. Pero para mí, que sé lo que después sucede después de eso no es tan trágico. Incluso lo veo ahora bien, porque al morir, vine a este mundo mágico. Aunque a veces, me preguntaba cómo habrían sido las cosas de continuar viva. Mi padre y yo tendríamos más recuerdos, más recuerdos de navidad. Habría aprendido a multiplicar y a dividir. Recuerdo que me hacía mucha ilusión mejorar mi letra y mi lectura. Allí en el Cielo, sólo escribía de vez en cuando, y casi todos los ángeles tienen la misma letra. Es como si ya supiera escribir bien cuando llegué al Cielo. A veces me preguntaba si hubiera sacado buenas notas, si hubiera tenido muchos o pocos amigos y si hubiera tenido novio. Sonreí al pensar esos pensamientos tan simples. Otro gran acontecimiento en mi vida fue cuando conseguí las alas. Me entra la risa cuando recuerdo que iba a todas partes planeando. Bernardo reía cuando algún ángel me preguntaba por qué volaba. Y aquellos días en los que Bernardo, para enseñarme a volar, me levantaba prácticamente por encima de su cabeza, me lanzaba por los aires hacia el alto techo de la sala de aprendizaje de vuelo y me gritaba `` ¡Vuela! ¡Vuela pequeña pajarito!´´ y yo reía e intentaba la mayoría de las veces sin éxito desplegar las alas y mantenerme en el aire. La primera vez que me salió bien, alcé el vuelo, llegué hasta el techo mientras Bernardo reía a carcajada limpia y luego regresé a su lado.
Otro de esos sucesos importantes, por no mencionarlos todos, pasó ayer. Cuando fui a la Tierra. La sonrisa que se había formado en mi cara al recordar tantas cosas murió y fue decayendo hasta que mi semblante se ensombreció. Aquella noche, las imágenes de lo ocurrido pasaban ante mí como si estuviese viendo una película. La sombra en el tejado (ahora sé que era Axel), los demonios con sus babeantes y enormes bocas, la sangre de mi compañero muerto, los otros dos acorralados que huyeron sin mí, aquel subidón de la pelea, la certeza de que iba a morir cuando el demonio se abalanzó sobre mí. La sombra descendiendo y matando el demonio antes de que me matara a mí. Y la curiosidad de Axel. Su rostro no parecía furioso, como había imaginado en todos los ángeles oscuros. Sólo curioso. Su semblante torcido, extrañado, cuando murmuré el nombre de Bernardo. Su tímida pero satisfecha sonrisa cuando le dije mi nombre. Sus enormes alas y su altitud, que le hacían parecer un gigante.
Salí de mis pensamientos y volví a mirar hacia la cama. Me encontré a Bernardo sentado en la cama, con las alas extendidas y mirándome con una mirada entre expectante y curiosa.
-¿Ocurre algo? –Preguntó. Bernardo tenía una ceja extendida y parecía que estuviera evaluándome. Probablemente, así era.
-Yo… He venido para…
Bernardo siguió esperando. Odiaba que no me salieran las palabras, pero que resonaran en mi cabeza. A pesar de la confianza que teníamos Bernardo y yo, me resultaba difícil pedirle perdón. No creía que las palabras salieran de mi boca, pero lo conseguí.
-Quería pedirte perdón por lo de ayer. Me pasé mucho y… No tenía derecho a hacerlo. Siempre has estado cuidando de mí y es normal que estuvieras preocupado. Lo siento.
Bernardo replegó las alas y su punta rozaba ligeramente la cama. Se levantó y me dijo:
-Ya está olvidado, Clara. En ningún momento me enfadé contigo. Pero si ves que tus compañeros huyen, vuelve en cuanto tengas una oportunidad.
Asentí y me levanté también. Me quedé mirándolo, ya no sabía que más decir.
-¿Vamos a entrenar? –Propuso Bernardo, que casi parecía que había leído mi mente.
Volví a asentir con la cabeza. Bernardo salió por delante de mí y lo seguí. Lo seguí por el pasillo pasando por el salón de los ángeles. Ya había ángeles allí, entre ellos Martin que me saludó con la mano, sonriendo abiertamente. Le saludé con una débil sonrisa. Llegamos a la sala de entrenamiento y allí pasamos todo el día. Repasamos todo, desde la teoría hasta clase de vuelo. Pero no era como antes. Al menos yo no me sentía como antes. Bernardo se mostraba serio y firme. Sólo hablamos lo necesario, sin bromas. Me resultaba demasiado raro.
Puesto que aquel día los aprendices iban a volver a la Tierra, al final del entrenamiento me vi obligada a hacerle la pregunta que había estado evadiendo durante todo el día.
-¿Me dejarás ir esta noche a la Tierra? –Pregunté, insegura.
Bernardo pareció reflexionar. Estaba apoyado en una pared, con los brazos cruzados y alas extendidas. Me di cuenta de que Bernardo siempre había sido muy serio. Siempre estaba pensando y reflexionando en las cosas, hasta en las más simples de la vida cotidiana. Se fijaba en todo y no había detalle que le pasara desapercibido. También me fijé que me gustaba verlo así, reflexionando de brazos cruzados y con las alas extendidas, pero sin estar extendidas del todo. Era una postura que había visto tantas veces en él… Su voz me sacó de mis pensamientos, retumbando en la sala.
-Esta noche no. Ya veré cuando te doy permiso, Clara, pero entiéndeme, quiero que estés bien preparada antes de ir de nuevo allí.
Asentí sin más. No me había hecho muchas ilusiones, pero aún así quería ir. Me tragué la decepción, recogí unos apuntes y le dije con una sonrisa:
-¿Vamos al salón a leer un rato?
Al parecer, él no se dio cuenta de mi decepción, porque sonrió sin mostrar los dientes y dijo:
-Vamos.
Salimos de la sala, y nos dirigimos al salón. Una vez allí, Bernardo fue a la biblioteca, un lugar sólo destinado para los ángeles completamente adultos, y regresó con tres libros. Me tendió uno y lo cogí, sonriendo en agradecimiento. Me senté en el sofá, justo donde había estado la noche anterior y Bernardo en el sillón de enfrente, ése que tanto le gustaba a Martin. Antes de abrir el libro, dirigí la mirada por la sala y observé que Martin estaba en una mesa con un chico que parecía de mi edad. Él también me vio, sonrió y me señaló con el dedo. El otro chico también se dio la vuelta y me miró con atención. Se levantó y vino hacia mí. El chico destacaba, era pelirrojo y tenía unos profundos ojos verdes. Era pálido y su rostro estaba cubierto de pecas.
-Hola, mi nombre es Simon. Tú debes de ser Clara. Martin me ha hablado de ti. Encantado. –Dijo, tendiéndome la mano.
-Hola Simon. ¿Eres el nuevo aprendiz de Martin? –Dije, sin poder evitar mi curiosidad.
El sonrió. Tenía una sonrisa muy bonita, pensé. Sus pálidos labios rosados destacaban más bien poco en el también pálido rostro y sus dientes eran perfectos y muy blancos. Lo que más destacaba de él eran sus brillantes ojos verdes.
-Sí, bueno. He cambiado de mentor y estoy muy contento. Martin es genial.
-Sí, lo es. Es muy bueno conmigo.
-Esta noche voy a salir por primera vez, ¿Vendrías conmigo?
Mi sonrisa se apagó repentinamente. Me entristeció tener que decepcionarle, después de lo agradable que había sido conmigo. Me caía muy bien, teniendo en cuenta lo serio que pueden llegar a ser los ángeles.
-Eh… Lo lamento Simon, pero es que yo hoy no voy a salir.
Simon pareció un poco decepcionado, pero a pesar de eso, sonrió y dijo:
-Bueno, no importa. Nos veremos por aquí.
-Te deseo suerte.
-Gracias. –Acto seguido se marchó a la mesa donde Martin estaba aguardando a Simon.
El resto del día transcurrió con mucha tranquilidad, estuve leyendo el libro, mantuve un par de conversaciones más con Simon y las cosas entre Bernardo y yo se fueron relajando y poco a poco volvíamos a la normalidad.
A pesar de que no iba a salir, cuando llegó la noche me congregué con los demás ángeles en el salón, frente al portal. Había muchos ángeles allí, entre ellos se encontraba Bernardo que me miró, pero no dijo nada. Entre los ángeles que iban a salir había dos que me resultaban familiares y entre ellos, el que más destacaba por su cabellera pelirroja era Simon. Tenía el pelo rizado revuelto y se le veía nervioso. Se dio la vuelta y su mirada encontró la mía. Se alejó un poco del resto de los ángeles y se dirigió hacia mí.
-Has venido. –Dijo con una sonrisa.
-Sí… Quería ver cómo os vais. Os deseo mucha suerte. –Le dije yo con otra sonrisa.
-Gracias, ¿Seguro que no quieres venir? Aún hay tiempo…
-No gracias. –Lo interrumpí. –Tened cuidado  y mantén los ojos abiertos, pueden estar en cualquier parte. Ah y ya me contarás cuando vuelvas ¿Eh?
Su sonrisa se ensanchó aún más. Parecía muy ilusionado.
-Tenlo por seguro.
Acto seguido se dio la vuelta y se encaminó de nuevo hacia el portal. Vi que algunos ya habían partido. Había muchísimos ángeles que iban a partir aquella noche, observé. Incluso había algunos veteranos. Por seguridad, pensé. Nadie quería que hubiera tantas bajas. Simon se dio de nuevo la vuelta y me sonrió de nuevo. Levanté una mano a modo de despedida y se dio la vuelta y se dejó caer. Vi como sus pelirrojos rizos desaparecían y oí un fragmento de una conversación a mí espalda.
-No creo que, a pesar de que vallan tantos consigan que no haya muertes. Es parte del oficio. Además uno de los ángeles supervivientes de ayer dijo que un ángel oscuro se hallaba junto a los demonios. Si los ángeles del Infierno salen, no creo que regresen muchos…
-No seas pesimista. –Ahora la que hablaba era una mujer. –Yo creo que sí volverán. Aunque también me preocupa lo de los ángeles oscuros.
Me dieron ganas de gritarles que no todos los ángeles oscuros eran malos, que ayer uno me salvó la vida, pero en lugar de eso, me di la vuelta y me dirigí a mi cuarto. Ni siquiera volví la vista atrás por Bernardo. Me tumbé en la cama y esperé. En realidad no sabía qué es lo que esperaba pero estaba esperando algo. Mi cabeza daba vueltas. Cuando parpadeaba veía la imagen de Simon sonriéndome antes de caer hacia la Tierra. Me pregunté si Axel también iría a la Tierra aquella noche. ¿Llevaría consigo más ángeles oscuros? ¿Haría Axel daño a Simon y a los otros? Sacudí la cabeza. Axel me había salvado la vida, no había ningún motivo para que hiciera daño a Simon y a los demás ángeles que iban aquella noche. Aunque nunca se sabía lo que podía suceder. Al final, el agotamiento del entrenamiento y mis pensamientos me vencieron y me dormí.
Me desperté con la mente nublada y confusa. No sabía muy bien cuándo me había dormido ni cuánto. Me pregunté si los ángeles de aquella noche habrían vuelto y me dirigí al salón. Allí había varios ángeles y la mayoría estaban curando a otros más jóvenes. El corazón me empezó a latir más rápido. Había uno que sangraba de una enorme herida en la cabeza. Los ángeles sanamos rápido, pero aún así necesitamos curación. Vi un ángel mentor que hablaba con otros dos. Parecía desolado. Busqué con la mirada desesperadamente a Bernardo o a Martin o a Simon.
Primero vi a Bernardo. Estaba hablando con una ángel. Ambos rostros parecían tristes. La preocupación se apoderó de mí. ¿Qué habría pasado esa noche? Continué con mi búsqueda de rostros, buscando alguno familiar. Tras un momento que me pareció eterno, vi con cierto alivio la cabellera rubia y peinada hacia la derecha de Martin. Estaba de espaldas a mí, acuclillado frente al sofá con unas gasas y vendas en una mano. En el sofá estaba sentado Simon, que parecía mucho más pálido que de normal y tenía mucha sangre en el brazo. Solté aire que ni siquiera me había dado cuenta que estaba conteniendo. Me dirigí veloz hacia donde estaba Martin y me agaché junto a él. Y vi de más cerca el brazo de Simon. Ahogué una exclamación cuando vi el largo y profundo desgarrón que tenía. La sangre no dejaba de manar mientras Martin, con las gasas iba presionando allí donde salía en mayor cantidad. De vez en cuando, el rostro de Simon se contraía en una mueca de dolor. Simon pareció ver la expresión de mi cara.
-Ha sido con una garra. –Explicó con los dientes apretados, a la vez que su rostro se contraía de nuevo. –Eran muchos, no me imaginaba lo que podía echársenos encima en poco tiempo. Primero había dos que con todos los que íbamos, pues casi sin problemas. –Pausa y otra mueca. –Pero luego empezaron a llegar más y más y se nos echaban encima. Madre mía… No pudimos más que huir. –Volvió a apretar los dientes y a cerrar los ojos con fuerza.
Escuchaba con atención y pensé que probablemente hubiera más que el día anterior. Me dirigí hacia Martin.
-¿Puedo ayudar?
Martin dejó un momento de limpiarle la herida y dirigió su mirada hacia mí. Sonrió. Parecía cansado.
-No gracias Clara. Lo mayor ya está hecho, sólo me queda vendar y listo.
Asentí y me levanté. Fui en busca de Bernardo. Se hallaba apoyado en una columna con los brazos cruzados, como tan típico era en él. Su mirada iba de un lado para otro. Me puse a su lado y miré yo también toda la sala. Había bastantes ángeles con heridas y un par de ellos hablaban con un grupo de ángeles. Había gente de un lado para otro con agua, gasas, vendas y otras cosas para curar a los heridos. Lo más grave era el ángel que había visto al entrar con el golpe en la cabeza. Otros ángeles llevaban toallas blancas empapadas en la sangre plateada, para lavarlas o, directamente, tirarlas. Parecía ser que el llevar a más ángeles había dado resultado para que hubiese menos bajas.
-¿Dónde estabas? Podíamos haberte necesitado. –Habló Bernardo.
-Me he dormido, lo lamento. –Dije, avergonzada.
-Cuando haya grupos que salgan, no se duerme hasta que vuelvan. Nunca sabes lo que puedes encontrarte cuando regresen. –Me reprendió, aunque no había dureza en su voz.
Tras una pausa, pregunté:
-¿Cuántos han… Cuántos no han vuelto?
-Dos. De veinte. Dos han quedado ilesos, aún no sé cómo y los demás… Ya lo puedes ver.
Asentí. Bernardo dijo que iba a hablar con los ``ancianos´´, como yo los llamaba. En realidad, eran ángeles que aparentaban la edad de Bernardo, pero que llevaban muchísimos años en el Cielo. Incluso había algunos que llevaban siglos allí. Me dirigí de nuevo con Martin y vi que Simon ya tenía el brazo curado y vendado. Se levantó y me dijo:
-¿Te apetece dar una vuelta?
Asentí. Simon era quien dirigía el paseo. Caminamos en silencio y salimos del salón y nos detuvimos frente a la sala de entrenamiento. Simon abrió la puerta y me indicó que entrara. Lo seguí y cerró la puerta. La sala estaba vacía y era la primera vez que la veía vacía. Me resulto extrañísimo.
Nos sentamos y Simon comenzó a hablar.
-Hoy ha sido muy duro. No sabía que iba a ser así. Ver a uno de tus compañeros muertos… He visto sus ojos, Clara. Sin vida, huecos.  –Tragó saliva y continuó. –Los demonios son horribles. A pesar de ver ilustraciones en los libros y cosas así. Nada te prepara para la realidad. –Una nueva pausa en la que Simon levantó la cabeza y me miró a los ojos. –Unos ángeles emprendieron el vuelo, y cuando regresaron, dijeron que habían avistado demonios alimentándose en un parque. Nos dirigimos todos allí y vimos a dos demonios con un humano ya muerto. Cuando se dieron cuenta de nuestra presencia, dejaron la comida –Pronunció esto con cierta amargura. – y se encaminaron gruñendo hacia nosotros. A ti te lo puedo contar, estaba aterrado, a pesar de que estábamos tantos. Uno de los demonios saltó hacia un veterano y lo rechazó sin problemas, pero de pronto, saltó otro que no habíamos visto. Estábamos rodeados, Clara. Por todas partes. Demonios por todas partes. Eran menos, pero había algunos muy grandes. Volé para esquivar a uno y vi cómo todos luchaban. Algunos corrían mientras uno gigante les perseguía. Entonces fue cuando cayó el primero de los nuestros, y nuestro grupo se dispersó. Estábamos en grupos más pequeños y en todos había por lo menos un demonio. Cayeron algunos pero aún así… Vi que uno de los grandes tiraba a un compañero y que éste se golpeaba con una piedra. –El de la herida de la cabeza pensé. –No podía ver cómo otro compañero moría. Me lancé, todavía en el aire contra él y conseguí derribarlo, pero al ponerme en pie otro se tiró sobre mí cuando alzaba de nuevo el vuelo. Me desgarró el brazo entero, como ya habrás visto. –Dijo, con una sonrisa amarga, probablemente recordando el dolor. –Fue como si me estuvieran quemando con algo. Otro compañero me lo quitó de encima, afortunadamente. Entonces escuché el grito de que había que marcharse y volvimos.
Vi cómo los enormes ojos verdes de Simon se inundaban de lágrimas. Lo comprendí perfectamente. Yo también vi ayer cómo morían mis compañeros. Me acerqué un poco más a él y le abracé. Después de la sorpresa, me devolvió el abrazo. Permanecimos así un buen rato y luego, secándose las lágrimas dijo.
-¿Podrías aconsejarme? Es que hay algo que les he ocultado a los demás y… No sé qué hacer.
-Claro. –Dije, preguntándome qué sería.
-Cuando esquivé al primer demonio, me quedé por un rato en el aire mirado la escena. Y… -Dudó. –No estábamos solos.
-¿Qué quieres decir?
-Pues que… En un monumento del parque, había un ángel. Estaba muy oscuro así que se veía todo negro y pensé que era una estatua pero… -Volvió a dudar y le apremié con la mirada. –Se movió. Sus alas se movieron y luego volvió a quedar en la misma posición.
Nos quedamos un rato en silencio. Simon me miraba esperando una respuesta, pero yo ya sabía quién era la sombra. Axel. Así que sí que había ido aquella noche también a la Tierra.
-No creo que sea de mucha relevancia. Aunque fuera un ángel oscuro, no intervino y además sólo era uno. Creo que dará igual si no lo cuentas.
Simon sonrió, parecía aliviado.
-Gracias por escucharme, Clara. Ahora será mejor que nos vallamos, si no van a preguntarse dónde estamos.
Me levanté y salimos. Tras darnos las buenas noches, nos dirigimos cada uno a su cuarto. Aquella noche, no pude conciliar el sueño, a pesar del rato que había dormido antes.
Al día siguiente me levanté cansada, sin haber dormido demasiado. Busqué a Bernardo en su habitación y en el salón, pero no lo encontré. Me junté con un ángel que me dijo que él, Martin y Simon estaban en la sala de entrenamiento, esperándome. Me dirigí allí y los hallé en una de las mesas de la zona de lectura. La zona de lectura consistía en un puñado de estanterías que contenían libros prácticos para el entrenamiento. La biblioteca del Cielo, era más bien privada, reservada para los adultos. En aquella zona de lectura, había una mesa entre estantería y estantería y no contenían ni una mínima parte de los libros de la biblioteca.
Me dirigí hacia ellos, y les di los buenos días a lo que Simon me respondió con una de sus típicas sonrisas y un ``dormilona´´ en voz baja. Me senté y tras intercambiar una mirada con Bernardo, Martin tomó la palabra.
-Bueno, no queríamos engañaros a ninguno de los dos. Tanto Bernardo como yo, estamos de acuerdo en que es absurdo ocultaros lo que está sucediendo. Los otros ángeles mentores, no quieren que se sepa entre los jóvenes, así que os pedimos que guardéis silencio en este asunto.
Hizo una pausa en la que nadie habló. Martin hablaba en voz baja, para que el resto de ángeles que se hallaban en la sala de entrenamiento no escuchasen nada. En aquella pausa, el nerviosismo de Simon y mío casi se podía palpar. Bernardo permanecía sereno, como siempre y escuchaba atentamente a Martin.
-La verdad es que este tema es de preocupación. Ya se han celebrado varias reuniones, pero por el momento hay pocas soluciones. Los adultos y sobre todo los más veteranos intentan que la vida siga su curso normal, pero cada vez, es más difícil.
Una nueva pausa. Vi como Simon se revolvía inquieto en su asiento. Yo trataba de ocultarlo, pero también estaba muy nerviosa. ¿Qué sería aquello que Martin estaba a punto de revelarnos? Intenté no dar signos de impaciencia y aguardar a que Martin continuara. Tras dirigir una mirada por todos nosotros, continuó.
-Cada vez hay más ángeles oscuros que acuden a la Tierra cada noche. No sabemos por qué, pero los ángeles que patrullan la ciudad cada noche, (hablamos de los veteranos, no de los jóvenes que vais a ahuyentar demonios) dicen que cada vez hay más. No van en grupos grandes, van en grupos de hasta tres ángeles, como siempre han hecho. El problema es que si antes había seis ángeles oscuros en total por toda la ciudad, ahora hay doce o incluso más. Este incremento es preocupante, porque significa que el riesgo para nosotros es aún mayor. Cada noche hay más, y, como ya sabéis, por lo menos dos veces a la semana hay un grupo de jóvenes ángeles de luz que van a la Tierra por primera vez. La solución que hay de momento, es que los grupos de jóvenes se aumenten y que, a su vez, haya unos pocos veteranos que les acompañen. Pero si tienen que atender a los demonios, (cuyo número también se ha incrementado), no pueden hacerse cargo si los ángeles oscuros atacan para llevarse a los más jóvenes, o para dañarlos.
Martin calló cuando un mentor pasó por la estantería contigua a la mesa donde estábamos para coger un libro. Este silencio se hizo muy tenso. Simon estaba muy serio, cosa rara en él y parecía pensativo. Bernardo alternaba su mirada de Simon a mí y viceversa. Martin miraba al ángel que buscaba un libro y de vez en cuando se giraba y nos lanzaba una rápida mirada. Mi cabeza no paraba de dar vueltas. Todo tenía más o menos sentido. Varios demonios que superan en número a los ángeles, un ángel oscuro acechando en el tejado, las medidas de seguridad eran las mismas que había explicado Martin, otro ángel oscuro en un monumento, varios demonios que consiguen rodear a ángeles. ¿Por qué estaría pasando todo esto?
El ángel por fin encontró el libro que buscaba y se alejó. Tras otra breve pausa, Martin dijo:
-Otra cosa que hay que remarcar es que los demonios parecen más… No sé cómo explicarlo… -Hizo una pausa para buscar la palabra adecuada. –Organizados. Están mucho más organizados que de costumbre. Siempre han sido criaturas muy tontas, pero eso parece que ha cambiado. El mejor ejemplo de ello son los acontecimientos de las dos últimas noches. –Martin levantó la vista y me miró. –En la primera salida de Clara, los demonios os atacaban en grupo. No todos a la vez, primero uno, luego otro, luego otro. Incluso, según tengo entendido, os acorralaron en una pared y luego consiguieron escapar dos. ¿Cierto?
Asentí, seria. Martin continuó, esta vez, dirigiendo su mirada hacia Simon.
-Y lo que pasó ayer, desconcertó a todo el mundo. Dos demonios alimentándose tan tranquilos, os dirigís a espantarlos o matarlos y de pronto… ¡Zas! Os veis rodeados por todas partes por demonios. Algunos dicen que fue una coincidencia, que los demás demonios fueron atraídos por el cadáver humano. Pero ninguno dice lo que piensa. Yo creo que fue una emboscada.
Hizo otro silencio en el que tanto yo como Simon y Bernardo asentimos para mostrar que estábamos de acuerdo. Sería una coincidencia muy grande que tantos demonios llegasen allí a la vez y encima de tantas direcciones formando un círculo que posteriormente conseguiría acorralar a un gran número de ángeles. Había algo que me inquietaba. Si había tantos ángeles oscuros, para llevar al Infierno a los ángeles de luz… ¿Por qué Axel no lo hizo? Desde luego, había tenido una gran oportunidad. Estábamos solos y nadie podría haberme ayudado. Y el ángel del parque… ¿Por qué no intervino? En todo aquel caos, podría haberse llevado a cualquier ángel, incluso a un veterano si tenía suerte. ¿Por qué? No lo entendía. ¿Para qué tantos ángeles oscuros, si no intervienen cuando tienen oportunidad?
                                              ***
En la sala todo era un hervidero. Estaba sentado en una de las pocas mesas que había y contemplaba lo que allí sucedía. Los demonios parecían inquietos y eso hacía enfurecer a algunos de nosotros. Sonreí cuando vi a Elena pegarle una patada en toda la boca a un demonio que había empezado a gruñirle. Elena destacaba mucho allí. Sus alas negras siempre estaban brillantes. Lo que más destacaba de ella era su melena rubia. Tenía el pelo más dorado que el oro. Nunca había visto un pelo tan brillante como el suyo. Elena era muy conocida allí. También era muy conocida como ``La estrella caída´´. Ese mote siempre me había hecho mucha gracia, a pesar de que nunca debíamos usarlo en su presencia. Elena era muy conocida por su carácter. Se enfadaba con mucha facilidad y era muy brusca con todo el mundo. Los ángeles siempre la llamaban por su mote pero si lo mencionabas en su presencia más te valía que ella estuviese lejos de ti. A mí, a pesar de todo me caía más o menos bien. Hablábamos pocas veces y siempre lo hacía con su brusquedad habitual pero su dura mirada con aquellos ojos de azules más duros incluso que el diamante, se ablandaba un poco cuando me miraban. O eso creía. Cuando iba a la Tierra con ella, no había noche en la que encontrase algún defecto mío. Pero después veía mi expresión dolida y reía a carcajada limpia. Últimamente salía por mi cuenta. Cada vez íbamos más ángeles a la Tierra y no entendía muy bien por qué. También me había fijado en que los demonios también estaban revueltos.
Aquella noche había vuelto a salir y esta vez, seguí a un par de demonios que acechaban a un humano. Al final se cansaron del juego de persecución y tras un grito ahogado el humano se desplomó, sin vida. Me coloqué en un monumento y me quedé observando cómo se alimentaban de él. No es un espectáculo nada agradable, pero me gusta ponerme cerca de ellos mientras comen, mirar las luces de la ciudad, pensar en mis cosas y luego ver si aparecían los ángeles de luz.
No tenía ninguna razón en especial, pero me gustaba ver cómo intentaban ahuyentar a los demonios y, en el mejor de los casos para ellos, matarlos. Siempre escrutaba los rostros de los ángeles, su apariencia y sus blancas alas. Me parecían muy bellos. Noche tras noche, mis ojos vagaban de rostro en rostro. Pero nunca he vuelto a ver a mi padre, y eso que he tratado por todos los medios de estar en cualquier lugar en el que hubiera ángeles del Cielo. Nunca había sido capaz de corromper a un ángel de luz trayéndolo al Infierno. No me veía a mí mismo como alguien capaz de hacer sentir lo mismo que sentí yo. Aquella traición y desesperación que sentí al llegar. Hacía ya dos años de aquello, y ya me había resignado. No había nada ni humano ni divino que pudiera cambiar las cosas. Suspiré y oí la voz de Elena, llamándome.
-¡Axel! ¿Vienes a dar una vuelta por la ciudad?
Miré hacia ella y me levanté, sin contestarle. Me limité a seguirla.
                                           ***

Tras un tiempo entrenándome junto con Simon, tanto Bernardo como Martin estuvieron de acuerdo en que no podían tenernos toda la eternidad en el Cielo, como si aún fuéramos niños. El brazo de Simon se recuperó rápidamente y accedió a entrenar conmigo. Simon me caía muy bien y lo consideraba mi mejor amigo. Nos entendíamos a la perfección y a la hora de entrenar, estábamos sincronizados. Fuimos conociéndonos el uno al otro y así fue como supe que Simon había fallecido cuando iba con unos amigos por un paseo marítimo un día de mucho oleaje. Aquel día, vi un Simon totalmente diferente y que no he vuelto a ver. El Simon que todo el mundo conoce es una persona cálida, sonriente, amable y sin ningún problema aparente. Cuando me contó esa historia, vi como si hubiera visto un Simon metido en una caja de doble fondo. Se mostró serio, con un semblante sombrío y con palabras duras, carentes de sentimientos. Ese día también me contó, que había decidido no confiar más en la gente; un día haciendo el tonto, un amigo que te empuja, un resbalón y una ola que te arrastra. Simon, al contrario de mí, sí recuerda cómo murió con detalle. Me contó que una vez se halló en el agua, luchó desesperadamente por salir a tomar aire, pero nuevas olas lo arrastraban hacia el fondo. Luchó desesperadamente y consiguió salir un segundo y lo único que escuchó fueron gritos aterrorizados de sus amigos y el rugido del mar. Una nueva ola lo sumergió y lo arrastró hacia las rocas. Se golpeó la cabeza con una piedra. Luego todo le quedó confuso. Recuerda haberse ido lentamente hacia el fondo, donde no había olas. Veía y aún escuchaba las olas, pero como si todo estuviera muy lejos. Los ruidos eran sordos y su visión, oscura. Se posó en el fondo y me dijo que sentido mucho cansancio y presión en el pecho. Se sumergió en una profunda oscuridad. Y luego la luz que yo también conocí.

Unos ruidos en mi puerta hicieron que me incorporara en la cama. Abrí la puerta con un gruñido y me encontré a Simon apoyado en el marco. Sonrió.
-Vaya pelos. –Saludó.
-Estaba tumbada. –Dije, un poco enfadada. Luego sonreí y pregunté: -¿Nervioso por tu segunda noche?
Su sonrisa se ensanchó dejando ver sus blanquísimos dientes.
-¿Tú no? También es tu segunda noche. –Hizo una pausa, tras la que añadió. –Vamos, ya es la hora.
Acto seguido salimos al salón donde los ángeles ya se estaban reuniendo. Localizamos a Bernardo y Martin hablando con otros dos ángeles; una mujer y un hombre, que estaban de espaldas a nosotros. Los rostros de Bernardo y Martin eran serios y la voz de Bernardo, grave, como siempre que había algo que lo preocupara. Nos dirigimos hacia ellos al mismo tiempo que los otros dos ángeles se marchaban. Los saludé con una inclinación de cabeza y Simon levanto la mano. Bernardo empezó a repasar todo y Martin asentía de vez en cuando o añadía algún detalle importante. Cuando hubo acabado, Martin nos dijo que todo iba a salir bien, que nos relajásemos. Nos encaminamos hacia el portal, donde el guardián nos saludó con un asentimiento. Justo cuando nos íbamos a dejar caer oí la voz de Bernardo a mi espalda:
-Y no olvidéis permanecer unidos, como el equipo que sois. Tened cuidado.
Simon se adelantó y traspasó el portal. Acto seguido lo seguí. Tras sentir de nuevo la sensación del frío viento de la noche, desplegué mis alas y seguí al grupo de ángeles que se había desplegado por el cielo de la ciudad. Volaban bajo, observando atentos todas las calles en busca de moradores del Infierno. Conté nueve ángeles y tenía otros dos detrás. Contándome a mí doce. Nos unimos los tres rezagados al grupo y nos desplegamos en forma de ‘V’, con seis ángeles a cada lado. Así podíamos vigilar ambos lados de la calle. Yo estaba en la parte derecha, detrás de Simon. Dirigía mi vista entre las calles que pasaba rápidamente volando y al frente para no chocarme contra nada o contra algún pájaro. Volábamos bastante rápido. Si no hubiéramos sido ángeles, no podríamos ver todas las calles con claridad a tal velocidad. Un ángel me adelantó y lo dejé pasar. Me estaba quedando un poco rezagada. Otro ángel me pasó y me quedé en la punta.
Entonces, cuando volví a dirigir mi mirada hacia la calle, vi un grupo de tres ángeles volando al final de una calle bastante larga. Pasaron muy rápido, casi tanto como nosotros. Pero había una cosa que no me pasó por alto: Sus alas eran negras. Al pasar un bloque de edificios hasta una nueva calle los volví a ver. Iban un poco más adelantados que donde estaba yo. Los demás parecieron no darse cuenta. Dudé. No sabía si dar la voz de alarma. De pronto, vi que Simon se había ralentizado su vuelo y se había colocado a mí lado.
-¿Tú también los has visto no? –Preguntó, serio.
Asentí. Simon volvió a adelantarse y lo vi hablando con ángel que iba primero en la fila de la derecha. Este asintió, con expresión grave y dirigió una mirada a la ángel situada en el extremo izquierdo, quien también asintió. De pronto, ambos hicieron un giro perfecto y se adentraron en una calle ancha y larga. La formación se rompió, pero todos íbamos a la par. Sin mediar palabra, ya sabíamos qué ocurría. Salimos de la calle y vimos a los tres ángeles dar vueltas sobre el campanario de una iglesia. Sin duda, eran ángeles oscuros. Uno de ellos, aterrizó acuclillado al lado de una gárgola. Estaban un poco alejados, pero aún así también vimos como otro ángel se metía en el campanario y el último, se colocaba apoyado sobre la punta del campanario. Nos dirigimos hacia allí rápidamente y nos dividimos. Unos subieron directamente al campanario, mientras que otro grupo aterrizó en la acera para entrar por la puerta y subir hasta el campanario por escaleras. Me dirigí junto con éste último grupo y busqué a Simon. Me sentí ligeramente preocupada al comprobar que había subido directamente. La voz de Bernardo diciéndome que no nos separásemos retumbó en mi cabeza.
Una vez todos reunidos, abrimos la puerta y entramos. Iba de las últimas y vi que mis compañeros se habían detenido, cuando mis ojos se hicieron a la luz vi el porqué: Había demonios por toda la escalera que conducía al campanario. Algunos de ellos estaban tumbados. No se movieron. Parecían perros guardianes. Se hizo una larga pausa en la que el tiempo parecía haberse detenido por completo. Los dos bandos se miraban pero sin hacer ninguno el primer movimiento.  Por primera vez, me fijé bien en aquellas criaturas. Caminaban a cuatro patas y tenían un rabo acabado en punta muy corto. No tenían pelo, si no que su piel era lisa y de un tono verdoso muy oscuro. Sus cabezas eran enormes y parecían pesar. Sus ojos eran pequeños, amarillos y cortados, como los de un gato. Sus hocicos eran bastante largos, y asomaban las hileras de colmillos que eran todos enormes. Tenían orejas pequeñas.
Luego miré la iglesia. El altar era espectacular con todos aquellos grabados en oro y madera. Me hizo gracia ver las representaciones de ángeles como mensajeros. En realidad éramos protectores, pensé. Era un tanto irónico que se hallaran representados así y que, en esa misma iglesia, hubiera ángeles y demonios reales. Los arcos acababan en punta y se cruzaban. Por las vidrieras de colores, también con decoraciones católicas, debía de entrar mucha luz de día, ya que era de noche y la iglesia estaba bien iluminada. Seguí con la mirada la escalera de caracol llena de demonios que llegaba al campanario y vi, que la piedra se había derruido un poco en lo más alto. La torre estaba cerrada por bloques de piedra y sólo se veía el comienzo de la escalera y la puerta derribada. Sin embargo, a la altura del techo, donde terminaba lo visible de la torre desde el interior, junto al techo, unas piedras se habían derrumbado y había un hueco bastante grande. A pesar de que estaba oscuro, se veía la escalera de caracol que seguía ascendiendo. El hueco era lo bastante grande como para que cupiera una persona. Pero una persona no podía alcanzar semejante altura. Un ángel volando, sí.
Me dirigí hasta el ángel mayor. Le expliqué y le mostré el hueco. Él asintió. Así podíamos evitar más bajas y una pelea innecesaria. Hizo un gesto y todos comprendieron. Levantamos el vuelo y los demonios gruñeron y se acercaron. Uno por uno, fuimos pasando por el hueco entre las piedras. Los demonios seguían rugiendo y gruñendo abajo ya que estábamos fuera de su alcance. No eran muy listos y tardaron en darse cuenta de lo que pasaba. Cuando por fin lo hicieron, se apresuraron a empezar a subir la escalera.
Nosotros ya estábamos muy arriba y terminamos de subir. Abrimos la puerta que daba al campanario. Nos encontramos con un hervidero.
Había más demonios que combatían ferozmente contra algunos ángeles. Había ángeles de luz volando alrededor del campanario, persiguiendo a los tres ángeles oscuros, que burlaban a los nuestros con relativa facilidad. Vi a una ángel oscura sonreír, burlona a dos ángeles de luz. Estaba subida a una de las campanas y los ángeles estaban apoyados en el suelo. Levantaron el vuelo y, con un movimiento ágil y rápido, el ángel se escabulló y se dirigió al tejado del campanario. Todo era un caos. Los ángeles y demonios iban de un lado a otro, persiguiendo, defendiéndose y persiguiendo. Nos incorporamos a la lucha y así conseguimos superar en número a los demonios. No parecía haber bajas de ningún bando. Un ángel me chilló:
-¡Ten cuidado con los oscuros! ¡No te vallan a llevar! ¡Esquívalos siempre que puedas!
Asentí. Me dirigí corriendo hacia un demonio que había conseguido tumbar a una ángel joven y le di una patada en el costado. El demonio aulló de dolor y dirigió su furiosa mirada hacia mí. En ese instante, a pesar del frenesí que sentía por la batalla, sentí una punzada de miedo al ver sus ojos amarillos en los que se reflejaban un torbellino de furia y sed de sangre. A pesar de eso, fue suficiente para que la ángel pudiera escapar. Empujó al demonio y lo estampó contra una campana, que vibró. Algunas palomas volaron. Llegaron más demonios y los ángeles que perseguían a los oscuros tuvieron que bajar para echar una mano. Aún así éramos más que ellos. La batalla continuaba sin que hubiera demasiadas declinaciones para ningún bando. Al final, dos o tres demonios cayeron del campanario y se estrellaron contra la acera de la calle, varios metros abajo. Esto hizo que los demás se empezaran a retirar, y apenas sí lanzaban ataques. La mayoría de ellos concentraban sus fuerzas en defenderse del a bocajarro de ataques que les lanzábamos. Los demonios retrocedieron y se retiraron.

Nos quedamos todos un tiempo en silencio. No habíamos sufrido bajas y ninguno tenía heridas graves. Busqué a Simon con la mirada y vi que estaba hablando con la chica a la que había ayudado antes. Me dirigí hacia ellos y, en ese preciso momento, un ángel oscuro cayó sobre el campanario a gran velocidad, cogió a la chica y se la llevó a lo alto de la torre. A la chica sólo le dio tiempo de emitir un agudo chillido de pánico. Simon se quedó con la boca abierta y su rostro marcaba entre sorpresa y horror.
De pronto, Simon desplegó las alas y emprendió el vuelo. Le llamé pero no me escuchó. Decidí seguirlo. Aterricé a su lado en el techo del campanario. Era abombado, como una semiesfera y tenía una antena en el medio. En el otro extremo, se hallaban los tres ángeles oscuros. La chica rubia y de una intensa mirada azul. Intenté mirarla a los ojos pero su mirada era tan intensa que tuve que retirar la vista. Iba vestida con un corto y escotado vestido negro y sus alas brillaban pese a la noche. Un hombre de pelo muy corto marrón y de ojos también marrones. Era alto y muy corpulento y sujetaba al ángel de luz que estaba aterrada. Temblaba y tenía las rodillas ligeramente flexionadas. El hombre sonreía con maldad. El otro ángel oscuro, era más joven y mucho menos corpulento. Era delgado, bastante aunque tenía bien marcados todos los músculos. Como parecía habitual en los oscuros, tampoco llevaba camisa. Su pelo negro largo, le caía ligeramente sobre la cara, ya que tenía la cabeza levemente inclinada. Miraba con sus intensos ojos grises al ángel retenida. Sus ojos marcaban una profunda tristeza. Clara lo reconoció enseguida: Se trataba de Axel.
Simon gritó:
-¡Dejadla ir!
La oscura rió a carcajadas y la sonrisa del oscuro corpulento se ensanchó y apretó su abrazo. La ángel de luz retenida gimoteó lastimeramente. Axel levantó la cabeza al oír la voz de Simon y enseguida se dio cuenta de mí presencia. O al menos eso creía. Su mirada aún era triste pero ahora había sorpresa. En las miradas de los otros dos solo había irritación y diversión. Nuestras miradas se cruzaron y permanecimos mirándonos un rato hasta que él desvió la vista. Se dirigió otra vez al ángel retenida. Por su rostro parecía que estaba ausente. La rubia hizo un gesto, desplegaron las alas y se precipitaron al vacío. La ángel de luz emitió un chillido de terror que me heló la sangre. Los vimos sobrevolar la calle esquivando coches. Simon corrió al borde del tejado y se lanzó detrás de ellos. Lo seguí, sin saber muy bien qué hacía. Por detrás vi que algunos ángeles más nos seguían desde el campanario. Los ángeles oscuros iban muy por delante de nosotros y el corpulento iba un poco más por delante, con la rubia y Axel siguiéndole a toda velocidad. Alcancé a Simon y volamos los dos pegados. Dirigí la vista atrás y vi que otros seis ángeles nos seguían. El resto posiblemente estaba buscando a más demonios. Los oscuros entraron a un parque en el que había muchos árboles. Volando casi en zigzag, esquivando los árboles, Simon y yo acortamos distancias con los ángeles oscuros. De pronto la tierra se cortó bajo nuestros pies y nos encontrábamos sobrevolando un lago. Era bastante grande, situado dentro del parque. Las aguas estaban tan negras como el cielo nocturno. Los oscuros empezaron a ascender y los seguimos. De pronto, replegaron las alas y se dejaron de caer de cabeza. Simon y yo nos detuvimos en el aire. Axel iba el último. Nos miró y susurró una palabra que no oí. Estaba demasiado lejos. Se zambulleron en las negras aguas.
En el parque reinaba un silencio absoluto. Nadie imaginaría nunca que allí hubiera habido una persecución a alta velocidad y de criaturas como ángeles. La única prueba que había eran unas ondas que llegaban hasta la orilla. Pronto se calmaron y ocho ángeles se quedaron flotando en el aire, en silencio, en la noche de la ciudad, invisibles al ojo humano. Nadie hablaba, pero todos tenían lo mismo en la mente: El recuerdo de una joven ángel perdida.
Vi como algunos ángeles empezaban a ascender lentamente hacia el cielo nocturno, parecía que iban a estar ascendiendo para siempre, hasta alcanzar las estrellas. Dirigí mi mirada a Simon, que miraba el agua del lago, donde habían desaparecido los oscuros. Le cogí de la mano y tiré levemente de él.  Salió de su ensimismamiento y se elevó conmigo. Fuimos ganando velocidad conforme íbamos subiendo. Ninguno de los dos hablamos. Aún había algún que otro ángel por detrás de nosotros. Vimos la luz intensa que comunicaba el Cielo con la Tierra y cruzamos. Después de la experiencia, fue como entrar a casa pero sin sentirse en casa. Me sentía hueca y sabía que Simon y los demás también. Me posé en el blanco suelo del salón del Cielo y miré a mí alrededor. Estaban todos reunidos. Pero todos mostraban caras de abatimiento. Bernardo y Martin estaban allí. Nos dirigimos hacia ellos. Asintieron. Todos lo sabían ya.
-Actuasteis muy bien. No os mostréis tan tristes. Es una pérdida, pero estas cosas pasan. –Dijo Bernardo.
Martin asintió, pero estaba en otra parte. Simon habló.
-Aún así no es justo. Tendría nuestra edad y ya no tiene vuelta atrás. Si al menos hubiese sido capaz de hacer algo, o de haberla protegido. –Su voz era dura y dolida.
Martin levantó la cabeza rápidamente.
-Nunca es justo. Pero no podrías haber hecho nada, Simon. Lo único que habrías conseguido tú y cualquiera es resultar muertos o sufrir el mismo destino que esa chica. Es una lección que tarde o temprano tenemos que aprender todos: La de perder un compañero. Lo peor es la certeza de que sigue con vida. Pero a lo largo de los años, te afectará menos. Y créeme que nadie tiene la culpa. Por lo menos no hay heridos de gravedad y muertos. –Su tono se ablandó y sonó cariñoso y paternal.-Id a dormir.
Bernardo se mostró de acuerdo con lo que había dicho Martin. Simon bajó la cabeza. Nos dirigimos a las habitaciones. La habitación de Simon estaba cerca de la mía, sin embargo, entró detrás de mí.
-Voy a matar a todos los ángeles oscuros que vea. Empezando por esos tres. –Declaró.
                                          ***
Clara se dio la vuelta y sonrió, pero sus ojos reflejaban que también estaba triste.
-Si fuera posible matarlos a todos, ya lo habrían hecho. Además, tú no sirves para matar. Eres demasiada buena persona.
Yo también sonreí.
-Buenas noches Clara. –Le dije, cansado.
-Buenas noches Simon.
Me dirigí a mí habitación, pero no se apartaba la idea de matar a los ángeles oscuros. Además, había una cosa que me había resultado extraña. Uno de los ángeles oscuros, en realidad. Miraba tristemente a la chica que su compañero se había llevado pero, cuando levantó la vista, me dio la sensación de que reconoció a Clara. Pero eso era imposible. Clara no podía conocer a un ángel oscuro. Sin embargo, se mostró sorprendido. Luego en el lago, se había vuelto para mirarnos y dijo algo. Clara no lo escuchó pero yo sí lo entendí. Recordé que mi tío era sordo y tenía que leerme los labios. Me había enseñado. Lo que el ángel oscuro dijo fue: ``Lo siento´´. Pero… ¿Por qué se iba a disculpar un ángel oscuro?
Estaba desconcertado y tenía varias preguntas en la cabeza. Quería saber si Clara conocía a ese ángel. Pero no me atrevía a preguntárselo. Me tumbé en la cama. Me dormí con las imágenes de aquella noche, que pasaban por mi mente como una película.
                                           ***
Me desperté. Me sentía cansada, había dormido mal. Me puse una túnica limpia y desperecé las alas. Me dirigí al salón y me senté. Los ánimos estaban por los suelos después de lo sucedido. Ese día, celebramos una despedida en honor al ángel caído. Como era de costumbre, fuimos a una sala blanca sin muebles, con dos pequeños canales de agua a los extremos que salían de la sala y nadie sabía adónde conducía. Todas las paredes estaban repletas de grabados en las paredes de ángeles, demonios y ángeles caídos. No había ni un centímetro sin cubrir. Había dos espacios cuadrados de donde salía el agua. Nadie sabía que había detrás de aquel muro, ni tampoco de dónde salía el agua.
Todos los ángeles congregados allí, llevaban una flor blanca, con los bordes de los pétalos plateados y el centro amarillo pálido. El mentor de la ángel depositó la primera flor en el agua, que se fue flotando hasta desaparecer por el agujero. Lentamente, todos fueron haciendo lo mismo en el más absoluto silencio. Pronto se llenaron los dos canales de flores. Muy lentamente, me incliné sobre el canal y deposité mi flor. Simon también lo hizo en el otro canal. Vi como se alejaba hasta desaparecer. Cuando hubo desaparecido la última flor, todo el mundo se quedó un rato mirando la habitación y sus grabados. Luego, salieron y con el recuerdo aún vivo y al rojo, volvieron a la ``vida cotidiana´´ del Cielo.
Esa noche, no estaba programada ninguna salida. Llevaba un rato ya tumbada en mi cama, pero no lograba dormir. De pronto supe lo que tenía que hacer. Me levanté de la cama y me dirigí al salón. Todo estaba en calma. El guardián se hallaba allí, como de costumbre.
-Buenas noches, guardián. –Le saludé en tono amistoso.
-Hola, Clara. ¿Quieres algo? –Como siempre, el guardián hablaba sin rodeos.
-Quiero ir a la Tierra. –Solté, sonando mucho más segura de lo que en realidad estaba.
El guardián frunció el ceño.
-No puedo dejarte ir, Clara. Y mucho menos tú sola.
-Te garantizo que no me va a pasar nada, y nadie tiene por qué enterarse.
El guardián se cruzó de brazos y frunció más aún el ceño. No estaba dispuesto a dar su brazo a torcer. Lo confirmó moviendo negativamente la cabeza.
-Por favor, guardián.  –Rogué.
-Un no es un no, Clara. Hoy nadie puede salir del Cielo, y mucho menos tú sola. Si te pasa algo, es responsabilidad mía por haberte dejado salir. Además, ¿No crees que ya son suficientes pérdidas? Todas esas muertes y esa pobre chica… ¿No crees que todos necesitamos descansar y reponernos?
Suspiré. Sabía que tenía razón, y mucho más después de lo que había pasado, pero, aún así quería ir a la Tierra.
-No me va a pasar nada, guardián. Volveré dentro de muy poco y, además estaré tan pronto de vuelta que nadie sabrá que me he ido.
-Un ángel solitario, y más aún si es joven, es una presa demasiado fácil. Tanto para demonios como para ángeles oscuros. –Alegó el guardián. Se mostraba seguro de sí mismo y duro, sin embargo, hablando conmigo siempre se mostraba un poco más blando.
-Yo la acompañaré, guardián.
Me di la vuelta sorprendida. Simon se dirigía hacia el portal caminando despacio. Tenía el pelirrojo cabello revuelto y sus ojos verdes estaban un tanto cerrados. Su rostro reflejaba cansancio. No puede dormir, pensé. Él también piensa en lo que ha sucedido. Simon llegó a mí lado.
-La acompañaré y te prometo que no nos vamos a meter en líos. Ni siquiera aterrizaremos. Creo que nos vendrá bien tomar el aire y estirar las alas después de lo sucedido. Al fin y al cabo, fuimos nosotros quien estábamos más cerca de los oscuros, y aún así, no pudimos alcanzarlos a tiempo…-Hizo una pausa, en la que apretó los puños, su tono al acabar era de frustración y enfado. –No actuaremos, lo prometemos.
El guardián permaneció un largo rato callado. Parecía meditar las palabras de Simon. Levantó la cabeza y nos miró, primero a Simon, y luego a mí.
-No actuaremos. Te lo prometo, guardián. Da igual lo que esté pasando.
Repitió Simon, como para dar más contundencia a sus palabras. Asentí en silencio mostrándome de acuerdo. El guardián, asintió.
-Si en una hora no estáis aquí, daré la alarma. –Acto seguido, se apartó, dejándonos el paso libre hasta el portal.
Simon iba a caer primero, pero me adelanté y me dejé caer. Desplegué las alas y planeé. Miré hacia abajo. La ciudad era verdaderamente hermosa. Las luces blancas, amarillas, verdes y rojas se extendían por debajo de mí, tan abajo, que sólo eran puntos difusos.
Simon se reunió conmigo.
-Vamos al parque. –Me indicó, señalando hacia abajo.
Aterrizamos en las orillas del lago. Estuvimos callados un rato. Al final, miré a Simon. Estaba mirando fijamente las aguas del lago. Parecía como si estuviera esperando que salieran los oscuros con la chica. De pronto, me di cuenta de algo.
-Es increíble ¿No? –Dije, al final.
Simon me miró, extrañado. Me dispuse a explicárselo todo. Mi mente iba a toda velocidad. Estaba emocionada.
-Simon, ¿Dónde está la entrada al Infierno?
Simon me miró como si estuviese loca.
-Nadie lo sabe. Nunca se ha descubierto. Pero tú ya deberías saberlo. ¿En qué piensas Clara?
-Pues que, sin darnos cuenta, hemos descubierto dónde está. –Dije, mirando hacia el lago.
Simon abrió mucho los ojos, comprendiendo por dónde iban los tiros. Empezó a emocionarse.
-Puede que aún no esté perdida. Si sabemos cómo entrar, podremos recuperarla y matar a los demonios y a los caídos.
Asentí. Levanté la mirada hacia el cielo nocturno. En la ciudad no había apenas estrellas. Fui bajando lentamente la mirada. Quería llegar con los ojos hasta las aguas del lago, pero me detuve en el monumento del parque, situado a varios metros de distancia, en un claro del parque. Era una columna con una inscripción grabada de cómo y quién construyó el parque. Encima de la columna había una estatua de un ángel acuclillado, con las piernas separadas y las manos apoyadas entre éstas. Tenía las alas desplegadas. Me quedé mirando la estatua. Habían hecho mal el ángel. Los ángeles llevaban túnicas o camisas de manga corta. Incluso en la distancia, se veía que éste no llevaba. Además, los ángeles no tienen las alas tan grandes. Estaba distraída en eso cuando la estatua replegó las alas, levantó una mano y me saludó.
El corazón se me paró. Miré hacia Simon, que a su vez iba de un lado para otro por la orilla, pensando. Sonreí para mis adentros. Una vez que se le mete algo en la cabeza, es imposible hacer que deje de pensar en ello. Dirigí mi mirada de nuevo al monumento. El ángel se dio la vuelta, desplegó las alas y se dejó caer. Por los movimientos que había hecho, posiblemente hubiera aterrizado en el claro en donde se encontraba el monumento.
-Simon, voy a ir a ver el parque para asegurarme de que no haya nada y nos sorprenda. Quédate aquí un momento.
Simon asintió, sumido en sus pensamientos. Desplegué las alas y empecé a planear entre los árboles. Podría haber ido andando o corriendo, pero volando me cansaba menos e iba más rápido. Cuando me aproximé al claro, aterricé. Atravesé unos arbustos y un par de árboles y entré en el claro. Con la espalda apoyada en la pared y las alas negras replegadas se encontraba Axel. Levantó su mirada y con un movimiento de cabeza se echó el flequillo negro a un lado. Clavó sus ojos grises en mí.
-Hola Clara. –Saludó, con una sonrisa que enseñaba sus blancos dientes.
No le contesté. Andaba cautelosa, no sabía que esperar de él. Me salvó la vida, recordé. Pero también se llevó a una chica de mi edad al Infierno. La sonrisa de Axel se desvaneció. Su semblante se puso serio y frunció ligeramente el ceño.
-Imagino, que no estarás muy contenta. –Dijo, con cautela, mirándome fijamente.
-¿Tú qué crees? Esa chica… Tendría mi edad. ¿Por qué a mí sí me ayudaste y a ella no?
Axel permaneció sereno.
-No creo que esas sean todas tus preguntas.
-No, no lo son. ¿Y tengo que creer que tú me las vas a responder? –Sin saber muy bien el por qué, mi tono de voz era duro y frío. Sin embargo, el permanecía tranquilo, no parecía sorprenderle en absoluto. Se cruzó de brazos.
-Pues… Sí. Te las voy a responder. Al menos, todas las que pueda. Pero hoy no, Clara. Y menos con el chico pelirrojo andando por ahí. Es muy impulsivo ¿No?
-Se llama Simon. Es mi amigo. Y no es impulsivo… Sólo que… ¡Le cabreó mucho lo que hicisteis!
Axel pareció divertirse. Una sonrisa torcida asomó su rostro.
-Deberías aconsejarle que no puede ir detrás de ángeles caídos así por las buenas. Es peligroso. Podría haberse venido él también.
Me enfurecí y él lo vio. Volvió a ponerse serio y dijo, sin burla:

-Mañana te contaré todo lo que pueda. Responderé a tus preguntas. Ahora, deberías ir con… -Pareció intentar recordar el nombre. –Simon. Mañana por la noche, dirígete al callejón donde nos vimos la primera vez. –Vio que dudaba y agregó: -Tranquila, no voy a llevar ‘amigos’ –Pronunció la palabra ‘amigos’ con un tono burlón.
Se dio la vuelta y desplegó las alas. Volvió la cabeza y vi que el flequillo le había caído ligeramente sobre los ojos. Sus ojos grises parecían tranquilos.
-Hasta mañana Clara. –Dijo con una sonrisa.
-Adiós…  -Dudé -Axel. –Respondí.
Desplegó el vuelo y se perdió por la ciudad. Vi como su sombra iba empequeñeciéndose. Lo que mejor se distinguía era las alas, que de vez en cuando pegaban un aletazo. Al final, lo perdí de vista y volví al lago, donde estaba Simon.
Me estaba esperando y no parecía contento.
-¿Un momento? ¿Dónde demonios estabas Clara?
-He dado la vuelta completa al parque. Dos veces. Y no sólo por el borde, si no por todo el parque. –Mentí.
Simon no pareció contento con mi respuesta, pero se calló.

Espero que os guste, y que podáis leerlo más fácilmente de este modo.