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domingo, 12 de enero de 2014

Un amor entre dos ángeles 11

Esta es mi publicación número 30 en el blog y el fragmento número 11. Esta vez, descansamos un poco de la mente de Clara y nos sumergimos en una completamente diferente.

                                          -Pausa-
Estaba tumbado en la cama, mirando al techo negro. No dejaba de pensar en lo que había sucedido hoy. El susurro de la ángel de luz diciendo su nombre resonaba en mi cabeza. Clara. La recordaba a la perfección. La veía tan frágil. Tan pequeña comparada conmigo. Sus alas eran mucho más pequeñas y sus plumas, más cortas. Sonreí, al pensar que yo una vez también fui así. No tan bajo como ella claro, pero con plumas blancas y siendo tan bueno con todo el mundo. Sabía que no tenía que haberla salvado. Habría sido tan fácil traérmela al Infierno. Más aún después de que me viera agazapado en el tejado. Podría haber dado la voz de alerta y tendría que haber intervenido antes. Y ella no lo hizo. No sabía sus motivos, pero no lo hizo. Eso sólo consiguió que me interesara más por ella. ¿Por qué no habría dado la voz de alarma? Para mí, todo un misterio. Tendría que haberla traído. No paraba de repetírmelo allí tumbado, en mi habitación, desde que había llegado. Y aún así no he sido capaz de hacer una cosa tan simple como cumplir mi cometido. No después de lo que me hizo mi propio padre. No era capaz. Hay cosas que cambian cuando llegas al Infierno, pero no los recuerdos. No puedo olvidar la traición que sentí a manos de mi propio padre. Me pregunté si Clara tendría familiares en el Cielo.

Menos mal que los demonios no hablaban, porque si no estaría metido en un buen lío. Me hizo gracia la repugnancia en sus ojos cuando regresé después de haber matado a uno de sus hermanos y puesto a salvo a un ángel contrario a mí. Una carcajada amarga salió por mi garganta al volver a recordarlo. Al final me dormí. Con el recuerdo de mi padre. Pero no fue ése el recuerdo con el que me dejé llevar a los brazos de sueño, si no con el de Clara. La pequeña ángel apareció en el último segundo con sus alas extendidas, desconfiando. Con esa imagen me dormí. 

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