-Pausa-
Estaba tumbado en la cama, mirando al techo negro.
No dejaba de pensar en lo que había sucedido hoy. El susurro de la ángel de luz
diciendo su nombre resonaba en mi cabeza. Clara. La recordaba a la perfección.
La veía tan frágil. Tan pequeña comparada conmigo. Sus alas eran mucho más
pequeñas y sus plumas, más cortas. Sonreí, al pensar que yo una vez también fui
así. No tan bajo como ella claro, pero con plumas blancas y siendo tan bueno
con todo el mundo. Sabía que no tenía que haberla salvado. Habría sido tan
fácil traérmela al Infierno. Más aún después de que me viera agazapado en el
tejado. Podría haber dado la voz de alerta y tendría que haber intervenido
antes. Y ella no lo hizo. No sabía sus motivos, pero no lo hizo. Eso sólo
consiguió que me interesara más por ella. ¿Por qué no habría dado la voz de
alarma? Para mí, todo un misterio. Tendría que haberla traído. No paraba de
repetírmelo allí tumbado, en mi habitación, desde que había llegado. Y aún así
no he sido capaz de hacer una cosa tan simple como cumplir mi cometido. No
después de lo que me hizo mi propio padre. No era capaz. Hay cosas que cambian
cuando llegas al Infierno, pero no los recuerdos. No puedo olvidar la traición
que sentí a manos de mi propio padre. Me pregunté si Clara tendría familiares
en el Cielo.
Menos mal que los demonios no hablaban, porque si no
estaría metido en un buen lío. Me hizo gracia la repugnancia en sus ojos cuando
regresé después de haber matado a uno de sus hermanos y puesto a salvo a un
ángel contrario a mí. Una carcajada amarga salió por mi garganta al volver a
recordarlo. Al final me dormí. Con el recuerdo de mi padre. Pero no fue ése el
recuerdo con el que me dejé llevar a los brazos de sueño, si no con el de
Clara. La pequeña ángel apareció en el último segundo con sus alas extendidas,
desconfiando. Con esa imagen me dormí.
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