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viernes, 10 de enero de 2014

Un amor entre dos ángeles 9

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El viento me sacudía en la cara mientras ascendía y cada vez era más frío. Como siempre llevaba el vestidito de tirantes… ¿Por qué los ángeles no se ponían jerseys blancos de vez en cuando? De pronto noté una especie de vibración por todo mi cuerpo y vi una luz blanca. ¡El portal! Pensé yo contenta. Bajé la velocidad y pronto me vi rodeada de la luz blanca y cegadora del portal. Cerré los ojos para protegerme de la luz y cuando los abrí, me hallaba en el salón del Cielo. Cuando me vio el guardián, abrió mucho los ojos y exclamó:
-¡Clara!
Yo le sonreí, pero él no me devolvió la sonrisa.
-Bernardo está muy preocupado. Piensa que no volverá a verte. Está en su cuarto. Ve.
Noté que mi sonrisa se moría en mis labios. Me dirigí corriendo al cuarto de Bernardo, en el que me lo encontré sentado encima de la cama. Tenía lágrimas en la cara y aparentaba muchos más años. Tenía marcas en la cara y ojeras. Me preocupé de inmediato. Avancé por la habitación y me acuclillé ante él. Bernardo levantó la vista y me miró a los ojos. Sentí una punzada de culpabilidad. Tendría que haber venido en cuanto Axel mató el demonio. Le tomé la cara entre las manos y le dije:
-Bernardo. Bernardo, soy  yo. Clara. Estoy bien Bernardo, tranquilo. Ya he vuelto. –Bernardo tenía el mismo rostro inescrutable y seguía mirándome a los ojos. –Ya he vuelto. –Repetí en un susurro.
Pareció que algo se quebraba en los ojos de Bernardo, como una cortina que se cae.
-Clara. –Susurró y me abrazó.
Le devolví el abrazo y poco a poco Bernardo subió una mano y me acariciaba el pelo. Nos pasamos así un rato y cuando me di cuenta, las lágrimas caían por nuestros rostros. Bernardo parecía estar mejor. Me preguntó qué es lo que había pasado y por qué no había vuelto con los otros dos ángeles supervivientes. Le conté la historia, pero, no sé por qué eliminé la escena del tejado. Tampoco es que hubiera pasado nada. Cuando hube acabado, Bernardo, ya más sereno, me habló con un punto de preocupación y culpa en la voz.
-Debería haber ido, o… Maldita sea, ¡Esos otros son unos cobardes! Deberían haberte protegido. Lo importante es que estás bien y que ese oscuro no te ha hecho nada. Puede que me equivocara y que no estuvieras preparada aún para salir a la Tierra. Entrenaremos más y, cuando estés lista y lo considere oportuno, podrás volver a intentarlo.
Me quedé sorprendida de lo que dijo.
-Bernardo ¡No me ha pasado nada! Podré volver a entrenar, pero nada nos prepara para la realidad. –Repliqué. –Los demonios son muy fuertes, pero una vez comienza la pelea sé exactamente lo que tengo que hacer. No puedes retenerme  aquí todo el tiempo, solamente porque corra riesgos. Todo el mundo los corre.
Bernardo me miró con seriedad y dijo:
-No hay discusión. Soy tu mentor y tienes que hacer lo que diga. Mañana volveremos a entrenar.

Salí de la habitación y cerré la puerta un pelín tirando a fuerte. Estaba furiosa, ¿Por qué sería tan protector? Me dirigí al salón. No tenía sueño. Sólo estaban allí el guardián y Martin. Martin era joven, no llegaría a los treinta, y si así era no los aparentaba. Martin y yo nos llevamos bien, de hecho, me contó una vez que Bernardo había sido su mentor. 

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