El viento me sacudía en la cara
mientras ascendía y cada vez era más frío. Como siempre llevaba el vestidito de
tirantes… ¿Por qué los ángeles no se ponían jerseys blancos de vez en cuando?
De pronto noté una especie de vibración por todo mi cuerpo y vi una luz blanca.
¡El portal! Pensé yo contenta. Bajé la velocidad y pronto me vi rodeada de la
luz blanca y cegadora del portal. Cerré los ojos para protegerme de la luz y
cuando los abrí, me hallaba en el salón del Cielo. Cuando me vio el guardián,
abrió mucho los ojos y exclamó:
-¡Clara!
-¡Clara!
Yo le sonreí, pero él no me
devolvió la sonrisa.
-Bernardo está muy preocupado.
Piensa que no volverá a verte. Está en su cuarto. Ve.
Noté que mi sonrisa se moría en mis
labios. Me dirigí corriendo al cuarto de Bernardo, en el que me lo encontré
sentado encima de la cama. Tenía lágrimas en la cara y aparentaba muchos más
años. Tenía marcas en la cara y ojeras. Me preocupé de inmediato. Avancé por la
habitación y me acuclillé ante él. Bernardo levantó la vista y me miró a los
ojos. Sentí una punzada de culpabilidad. Tendría que haber venido en cuanto
Axel mató el demonio. Le tomé la cara entre las manos y le dije:
-Bernardo. Bernardo, soy yo. Clara. Estoy bien Bernardo, tranquilo. Ya he vuelto. –Bernardo tenía el mismo rostro inescrutable y seguía mirándome a los ojos. –Ya he vuelto. –Repetí en un susurro.
-Bernardo. Bernardo, soy yo. Clara. Estoy bien Bernardo, tranquilo. Ya he vuelto. –Bernardo tenía el mismo rostro inescrutable y seguía mirándome a los ojos. –Ya he vuelto. –Repetí en un susurro.
Pareció que algo se quebraba en los
ojos de Bernardo, como una cortina que se cae.
-Clara. –Susurró y me abrazó.
Le devolví el abrazo y poco a poco
Bernardo subió una mano y me acariciaba el pelo. Nos pasamos así un rato y
cuando me di cuenta, las lágrimas caían por nuestros rostros. Bernardo parecía
estar mejor. Me preguntó qué es lo que había pasado y por qué no había vuelto
con los otros dos ángeles supervivientes. Le conté la historia, pero, no sé por
qué eliminé la escena del tejado. Tampoco es que hubiera pasado nada. Cuando
hube acabado, Bernardo, ya más sereno, me habló con un punto de preocupación y
culpa en la voz.
-Debería haber ido, o… Maldita sea,
¡Esos otros son unos cobardes! Deberían haberte protegido. Lo importante es que
estás bien y que ese oscuro no te ha hecho nada. Puede que me equivocara y que
no estuvieras preparada aún para salir a la Tierra. Entrenaremos más y, cuando
estés lista y lo considere oportuno, podrás volver a intentarlo.
Me quedé sorprendida de lo que
dijo.
-Bernardo ¡No me ha pasado nada!
Podré volver a entrenar, pero nada nos prepara para la realidad. –Repliqué.
–Los demonios son muy fuertes, pero una vez comienza la pelea sé exactamente lo
que tengo que hacer. No puedes retenerme aquí todo el tiempo, solamente porque
corra riesgos. Todo el mundo los corre.
Bernardo me miró con seriedad y
dijo:
-No hay discusión. Soy tu mentor y tienes que hacer lo que diga. Mañana volveremos a entrenar.
-No hay discusión. Soy tu mentor y tienes que hacer lo que diga. Mañana volveremos a entrenar.
Salí de la habitación y cerré la
puerta un pelín tirando a fuerte. Estaba furiosa, ¿Por qué sería tan protector?
Me dirigí al salón. No tenía sueño. Sólo estaban allí el guardián y Martin.
Martin era joven, no llegaría a los treinta, y si así era no los aparentaba.
Martin y yo nos llevamos bien, de hecho, me contó una vez que Bernardo había
sido su mentor.
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