-Pausa-
En la sala todo era un hervidero. Estaba sentado en
una de las pocas mesas que había y contemplaba lo que allí sucedía. Los
demonios parecían inquietos y eso hacía enfurecer a algunos de nosotros. Sonreí
cuando vi a Elena pegarle una patada en toda la boca a un demonio que había
empezado a gruñirle. Elena destacaba mucho allí. Sus alas negras siempre
estaban brillantes. Lo que más destacaba de ella era su melena rubia. Tenía el
pelo más dorado que el oro. Nunca había visto un pelo tan brillante como el
suyo. Elena era muy conocida allí. También era muy conocida como ``La estrella
caída´´. Ese mote siempre me había hecho mucha gracia, a pesar de que nunca
debíamos usarlo en su presencia. Elena era muy conocida por su carácter. Se
enfadaba con mucha facilidad y era muy brusca con todo el mundo. Los ángeles
siempre la llamaban por su mote pero si lo mencionabas en su presencia más te
valía que ella estuviese lejos de ti. A mí, a pesar de todo me caía más o menos
bien. Hablábamos pocas veces y siempre lo hacía con su brusquedad habitual pero
su dura mirada con aquellos ojos de azules más duros incluso que el diamante,
se ablandaba un poco cuando me miraban. O eso creía. Cuando iba a la Tierra con
ella, no había noche en la que encontrase algún defecto mío. Pero después veía
mi expresión dolida y reía a carcajada limpia. Últimamente salía por mi cuenta.
Cada vez íbamos más ángeles a la Tierra y no entendía muy bien por qué. También
me había fijado en que los demonios también estaban revueltos.
Aquella noche había vuelto a salir y esta vez, seguí
a un par de demonios que acechaban a un humano. Al final se cansaron del juego
de persecución y tras un grito ahogado el humano se desplomó, sin vida. Me
coloqué en un monumento y me quedé observando cómo se alimentaban de él. No es
un espectáculo nada agradable, pero me gusta ponerme cerca de ellos mientras
comen, mirar las luces de la ciudad, pensar en mis cosas y luego ver si
aparecían los ángeles de luz.
No tenía ninguna razón en especial, pero me gustaba
ver cómo intentaban ahuyentar a los demonios y, en el mejor de los casos para
ellos, matarlos. Siempre escrutaba los rostros de los ángeles, su apariencia y
sus blancas alas. Me parecían muy bellos. Noche tras noche, mis ojos vagaban de
rostro en rostro. Pero nunca he vuelto a ver a mi padre, y eso que he tratado
por todos los medios de estar en cualquier lugar en el que hubiera ángeles del
Cielo. Nunca había sido capaz de corromper a un ángel de luz trayéndolo al
Infierno. No me veía a mí mismo como alguien capaz de hacer sentir lo mismo que
sentí yo. Aquella traición y desesperación que sentí al llegar. Hacía ya dos
años de aquello, y ya me había resignado. No había nada ni humano ni divino que
pudiera cambiar las cosas. Suspiré y oí la voz de Elena, llamándome.
-¡Axel! ¿Vienes a dar una vuelta por la ciudad?
Miré hacia ella y me levanté, sin contestarle. Me
limité a seguirla.
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