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lunes, 3 de febrero de 2014

Un amor entre dos ángeles 18

Pido perdón por no haber podido publicar antes pero tras esta pequeña ''temporada'' de exámenes y demás, andaba un poco de bajón y no tenía ni tiempo ni ganas para escribir ni publicar. Pero no me olvido del blog y ahí va el ya el fragmento número 18 de Un amor entre dos ángeles. Esta vez, con una nueva ''pausa'' de la mente de Clara y nos adentramos de nuevo en el Infierno para conocer un poco mejor a Axel. Espero que os guste.

                                   -Pausa-
En la sala todo era un hervidero. Estaba sentado en una de las pocas mesas que había y contemplaba lo que allí sucedía. Los demonios parecían inquietos y eso hacía enfurecer a algunos de nosotros. Sonreí cuando vi a Elena pegarle una patada en toda la boca a un demonio que había empezado a gruñirle. Elena destacaba mucho allí. Sus alas negras siempre estaban brillantes. Lo que más destacaba de ella era su melena rubia. Tenía el pelo más dorado que el oro. Nunca había visto un pelo tan brillante como el suyo. Elena era muy conocida allí. También era muy conocida como ``La estrella caída´´. Ese mote siempre me había hecho mucha gracia, a pesar de que nunca debíamos usarlo en su presencia. Elena era muy conocida por su carácter. Se enfadaba con mucha facilidad y era muy brusca con todo el mundo. Los ángeles siempre la llamaban por su mote pero si lo mencionabas en su presencia más te valía que ella estuviese lejos de ti. A mí, a pesar de todo me caía más o menos bien. Hablábamos pocas veces y siempre lo hacía con su brusquedad habitual pero su dura mirada con aquellos ojos de azules más duros incluso que el diamante, se ablandaba un poco cuando me miraban. O eso creía. Cuando iba a la Tierra con ella, no había noche en la que encontrase algún defecto mío. Pero después veía mi expresión dolida y reía a carcajada limpia. Últimamente salía por mi cuenta. Cada vez íbamos más ángeles a la Tierra y no entendía muy bien por qué. También me había fijado en que los demonios también estaban revueltos.
Aquella noche había vuelto a salir y esta vez, seguí a un par de demonios que acechaban a un humano. Al final se cansaron del juego de persecución y tras un grito ahogado el humano se desplomó, sin vida. Me coloqué en un monumento y me quedé observando cómo se alimentaban de él. No es un espectáculo nada agradable, pero me gusta ponerme cerca de ellos mientras comen, mirar las luces de la ciudad, pensar en mis cosas y luego ver si aparecían los ángeles de luz.
No tenía ninguna razón en especial, pero me gustaba ver cómo intentaban ahuyentar a los demonios y, en el mejor de los casos para ellos, matarlos. Siempre escrutaba los rostros de los ángeles, su apariencia y sus blancas alas. Me parecían muy bellos. Noche tras noche, mis ojos vagaban de rostro en rostro. Pero nunca he vuelto a ver a mi padre, y eso que he tratado por todos los medios de estar en cualquier lugar en el que hubiera ángeles del Cielo. Nunca había sido capaz de corromper a un ángel de luz trayéndolo al Infierno. No me veía a mí mismo como alguien capaz de hacer sentir lo mismo que sentí yo. Aquella traición y desesperación que sentí al llegar. Hacía ya dos años de aquello, y ya me había resignado. No había nada ni humano ni divino que pudiera cambiar las cosas. Suspiré y oí la voz de Elena, llamándome.
-¡Axel! ¿Vienes a dar una vuelta por la ciudad?

Miré hacia ella y me levanté, sin contestarle. Me limité a seguirla. 

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