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sábado, 22 de febrero de 2014

Un amor entre dos ángeles 26

En este fragmento en el que Clara y Simon están en la Tierra, se produce un encuentro completamente inesperado. Espero que os guste. 

Simon se reunió conmigo.
-Vamos al parque. –Me indicó, señalando hacia abajo.
Aterrizamos en las orillas del lago. Estuvimos callados un rato. Al final, miré a Simon. Estaba mirando fijamente las aguas del lago. Parecía como si estuviera esperando que salieran los oscuros con la chica. De pronto, me di cuenta de algo.
-Es increíble ¿No? –Dije, al final.
Simon me miró, extrañado. Me dispuse a explicárselo todo. Mi mente iba a toda velocidad. Estaba emocionada.
-Simon, ¿Dónde está la entrada al Infierno?
Simon me miró como si estuviese loca.
-Nadie lo sabe. Nunca se ha descubierto. Pero tú ya deberías saberlo. ¿En qué piensas Clara?
-Pues que, sin darnos cuenta, hemos descubierto dónde está. –Dije, mirando hacia el lago.
Simon abrió mucho los ojos, comprendiendo por dónde iban los tiros. Empezó a emocionarse.
-Puede que aún no esté perdida. Si sabemos cómo entrar, podremos recuperarla y matar a los demonios y a los caídos.
Asentí. Levanté la mirada hacia el cielo nocturno. En la ciudad no había apenas estrellas. Fui bajando lentamente la mirada. Quería llegar con los ojos hasta las aguas del lago, pero me detuve en el monumento del parque, situado a varios metros de distancia, en un claro del parque. Era una columna con una inscripción grabada de cómo y quién construyó el parque. Encima de la columna había una estatua de un ángel acuclillado, con las piernas separadas y las manos apoyadas entre éstas. Tenía las alas desplegadas. Me quedé mirando la estatua. Habían hecho mal el ángel. Los ángeles llevaban túnicas o camisas de manga corta. Incluso en la distancia, se veía que éste no llevaba. Además, los ángeles no tienen las alas tan grandes. Estaba distraída en eso cuando la estatua replegó las alas, levantó una mano y me saludó.
El corazón se me paró. Miré hacia Simon, que a su vez iba de un lado para otro por la orilla, pensando. Sonreí para mis adentros. Una vez que se le mete algo en la cabeza, es imposible hacer que deje de pensar en ello. Dirigí mi mirada de nuevo al monumento. El ángel se dio la vuelta, desplegó las alas y se dejó caer. Por los movimientos que había hecho, posiblemente hubiera aterrizado en el claro en donde se encontraba el monumento.
-Simon, voy a ir a ver el parque para asegurarme de que no haya nada y nos sorprenda. Quédate aquí un momento.
Simon asintió, sumido en sus pensamientos. Desplegué las alas y empecé a planear entre los árboles. Podría haber ido andando o corriendo, pero volando me cansaba menos e iba más rápido. Cuando me aproximé al claro, aterricé. Atravesé unos arbustos y un par de árboles y entré en el claro. Con la espalda apoyada en la pared y las alas negras replegadas se encontraba Axel. Levantó su mirada y con un movimiento de cabeza se echó el flequillo negro a un lado. Clavó sus ojos grises en mí.
-Hola Clara. –Saludó, con una sonrisa que enseñaba sus blancos dientes.
No le contesté. Andaba cautelosa, no sabía que esperar de él. Me salvó la vida, recordé. Pero también se llevó a una chica de mi edad al Infierno. La sonrisa de Axel se desvaneció. Su semblante se puso serio y frunció ligeramente el ceño.
-Imagino, que no estarás muy contenta. –Dijo, con cautela, mirándome fijamente.
-¿Tú qué crees? Esa chica… Tendría mi edad. ¿Por qué a mí sí me ayudaste y a ella no?
Axel permaneció sereno.
-No creo que esas sean todas tus preguntas.
-No, no lo son. ¿Y tengo que creer que tú me las vas a responder? –Sin saber muy bien el por qué, mi tono de voz era duro y frío. Sin embargo, el permanecía tranquilo, no parecía sorprenderle en absoluto. Se cruzó de brazos.
-Pues… Sí. Te las voy a responder. Al menos, todas las que pueda. Pero hoy no, Clara. Y menos con el chico pelirrojo andando por ahí. Es muy impulsivo ¿No?
-Se llama Simon. Es mi amigo. Y no es impulsivo… Sólo que…¡Le cabreó mucho lo que hicisteis!
Axel pareció divertirse. Una sonrisa torcida asomó su rostro.
-Deberías aconsejarle que no puede ir detrás de ángeles caídos así por las buenas. Es peligroso. Podría haberse venido él también.
Me enfurecí y él lo vio. Volvió a ponerse serio y dijo, sin burla:

-Mañana te contaré todo lo que pueda. Responderé a tus preguntas. Ahora, deberías ir con… -Pareció intentar recordar el nombre. –Simon. Mañana por la noche, dirígete al callejón donde nos vimos la primera vez. –Vio que dudaba y agregó: -Tranquila, no voy a llevar ‘amigos’ –Pronunció la palabra ‘amigos’ con un tono burlón.
Se dio la vuelta y desplegó las alas. Volvió la cabeza y vi que el flequillo le había caído ligeramente sobre los ojos. Sus ojos grises parecían tranquilos.
-Hasta mañana Clara. –Dijo con una sonrisa.
-Adiós…  -Dudé -Axel. –Respondí.
Desplegó el vuelo y se perdió por la ciudad. Vi como su sombra iba empequeñeciéndose. Lo que mejor se distinguía era las alas, que de vez en cuando pegaban un aletazo. Al final, lo perdí de vista y volví al lago, donde estaba Simon.
Me estaba esperando y no parecía contento.
-¿Un momento? ¿Dónde demonios estabas Clara?
-He dado la vuelta completa al parque. Dos veces. Y no sólo por el borde, si no por todo el parque. –Mentí.

Simon no pareció contento con mi respuesta, pero se calló. 

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