Una vez todos reunidos, abrimos la puerta y
entramos. Iba de las últimas y vi que mis compañeros se habían detenido, cuando
mis ojos se hicieron a la luz vi el porqué: Había demonios por toda la escalera
que conducía al campanario. Algunos de ellos estaban tumbados. No se movieron.
Parecían perros guardianes. Se hizo una larga pausa en la que el tiempo parecía
haberse detenido por completo. Los dos bandos se miraban pero sin hacer ninguno
el primer movimiento. Por primera vez,
me fijé bien en aquellas criaturas. Caminaban a cuatro patas y tenían un rabo
acabado en punta muy corto. No tenían pelo, si no que su piel era lisa y de un
tono verdoso muy oscuro. Sus cabezas eran enormes y parecían pesar. Sus ojos
eran pequeños, amarillos y cortados, como los de un gato. Sus hocicos eran
bastante largos, y asomaban las hileras de colmillos que eran todos enormes.
Tenían orejas pequeñas.
Luego miré la iglesia. El altar era espectacular con
todos aquellos grabados en oro y madera. Me hizo gracia ver las
representaciones de ángeles como mensajeros. En realidad éramos protectores,
pensé. Era un tanto irónico que se hallaran representados así y que, en esa
misma iglesia, hubiera ángeles y demonios reales. Los arcos acababan en punta y
se cruzaban. Por las vidrieras de colores, también con decoraciones católicas,
debía de entrar mucha luz de día, ya que era de noche y la iglesia estaba bien
iluminada. Seguí con la mirada la escalera de caracol llena de demonios que
llegaba al campanario y vi, que la piedra se había derruido un poco en lo más
alto. La torre estaba cerrada por bloques de piedra y sólo se veía el comienzo
de la escalera y la puerta derribada. Sin embargo, a la altura del techo, donde
terminaba lo visible de la torre desde el interior, junto al techo, unas
piedras se habían derrumbado y había un hueco bastante grande. A pesar de que
estaba oscuro, se veía la escalera de caracol que seguía ascendiendo. El hueco
era lo bastante grande como para que cupiera una persona. Pero una persona no
podía alcanzar semejante altura. Un ángel volando, sí.
Me dirigí hasta el ángel mayor. Le expliqué y le
mostré el hueco. Él asintió. Así podíamos evitar más bajas y una pelea
innecesaria. Hizo un gesto y todos comprendieron. Levantamos el vuelo y los
demonios gruñeron y se acercaron. Uno por uno, fuimos pasando por el hueco
entre las piedras. Los demonios seguían rugiendo y gruñendo abajo ya que
estábamos fuera de su alcance. No eran muy listos y tardaron en darse cuenta de
lo que pasaba. Cuando por fin lo hicieron, se apresuraron a empezar a subir la
escalera.
Nosotros ya estábamos muy arriba y terminamos de
subir. Abrimos la puerta que daba al campanario. Nos encontramos con un
hervidero.
Espero que os guste.
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