-Fin de la pausa-
Me desperté. Me sentía cansada, había dormido mal.
Me puse una túnica limpia y desperecé las alas. Me dirigí al salón y me senté.
Los ánimos estaban por los suelos después de lo sucedido. Ese día, celebramos
una despedida en honor al ángel caído. Como era de costumbre, fuimos a una sala
blanca sin muebles, con dos pequeños canales de agua a los extremos que salían
de la sala y nadie sabía adónde conducía. Todas las paredes estaban repletas de
grabados en las paredes de ángeles, demonios y ángeles caídos. No había ni un
centímetro sin cubrir. Había dos espacios cuadrados de donde salía el agua. Nadie
sabía que había detrás de aquel muro, ni tampoco de dónde salía el agua.
Todos los ángeles congregados allí, llevaban una
flor blanca, con los bordes de los pétalos plateados y el centro amarillo
pálido. El mentor de la ángel depositó la primera flor en el agua, que se fue
flotando hasta desaparecer por el agujero. Lentamente, todos fueron haciendo lo
mismo en el más absoluto silencio. Pronto se llenaron los dos canales de
flores. Muy lentamente, me incliné sobre el canal y deposité mi flor. Simon
también lo hizo en el otro canal. Vi como se alejaba hasta desaparecer. Cuando
hubo desaparecido la última flor, todo el mundo se quedó un rato mirando la
habitación y sus grabados. Luego, salieron y con el recuerdo aún vivo y al
rojo, volvieron a la ``vida cotidiana´´ del Cielo.
Esa noche, no estaba programada ninguna salida.
Llevaba un rato ya tumbada en mi cama, pero no lograba dormir. De pronto supe
lo que tenía que hacer. Me levanté de la cama y me dirigí al salón. Todo estaba
en calma. El guardián se hallaba allí, como de costumbre.
-Buenas noches, guardián. –Le saludé en tono
amistoso.
-Hola, Clara. ¿Quieres algo? –Como siempre, el
guardián hablaba sin rodeos.
-Quiero ir a la Tierra. –Solté, sonando mucho más
segura de lo que en realidad estaba.
El guardián frunció el ceño.
-No puedo dejarte ir, Clara. Y mucho menos tú sola.
-Te garantizo que no me va a pasar nada, y nadie
tiene por qué enterarse.
El guardián se cruzó de brazos y frunció más aún el
ceño. No estaba dispuesto a dar su brazo a torcer. Lo confirmó moviendo
negativamente la cabeza.
-Por favor, guardián. –Rogué.
-Un no es un no, Clara. Hoy nadie puede salir del
Cielo, y mucho menos tú sola. Si te pasa algo, es responsabilidad mía por
haberte dejado salir. Además, ¿No crees que ya son suficientes pérdidas? Todas
esas muertes y esa pobre chica… ¿No crees que todos necesitamos descansar y
reponernos?
Suspiré. Sabía que tenía razón, y mucho más después
de lo que había pasado, pero, aún así quería ir a la Tierra.
-No me va a pasar nada, guardián. Volveré dentro de
muy poco y, además estaré tan pronto de vuelta que nadie sabrá que me he ido.
-Un ángel solitario, y más aún si es joven, es una
presa demasiado fácil. Tanto para demonios como para ángeles oscuros. –Alegó el
guardián. Se mostraba seguro de sí mismo y duro, sin embargo, hablando conmigo
siempre se mostraba un poco más blando.
-Yo la acompañaré, guardián.
Me di la vuelta sorprendida. Simon se dirigía hacia
el portal caminando despacio. Tenía el pelirrojo cabello revuelto y sus ojos
verdes estaban un tanto cerrados. Su rostro reflejaba cansancio. No puede
dormir, pensé. Él también piensa en lo que ha sucedido. Simon llegó a mí lado.
-La acompañaré y te prometo que no nos vamos a meter
en líos. Ni siquiera aterrizaremos. Creo que nos vendrá bien tomar el aire y
estirar las alas después de lo sucedido. Al fin y al cabo, fuimos nosotros
quien estábamos más cerca de los oscuros, y aún así, no pudimos alcanzarlos a
tiempo…-Hizo una pausa, en la que apretó los puños, su tono al acabar era de
frustración y enfado. –No actuaremos, lo prometemos.
El guardián permaneció un largo rato callado.
Parecía meditar las palabras de Simon. Levantó la cabeza y nos miró, primero a
Simon, y luego a mí.
-No actuaremos. Te lo prometo, guardián. Da igual lo
que esté pasando.
Repitió Simon, como para dar más contundencia a sus
palabras. Asentí en silencio mostrándome de acuerdo. El guardián, asintió.
-Si en una hora no estáis aquí, daré la alarma.
–Acto seguido, se apartó, dejándonos el paso libre hasta el portal.
Simon iba a caer primero, pero me adelanté y me dejé
caer. Desplegué las alas y planeé. Miré hacia abajo. La ciudad era
verdaderamente hermosa. Las luces blancas, amarillas, verdes y rojas se
extendían por debajo de mí, tan abajo, que sólo eran puntos difusos.
Simon se reunió conmigo.
Espero que os guste, un saludo.
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